domingo, 12 de enero de 2014

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Libros De La Ley


Génesis: Libro de los comienzos
Éxodo: Israel redimido
Levítico: hombre adora y sirve a Jehova
Números. La peregrinación por el desierto.


Deuteronomio: Nueva presentación de la ley
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Libros Historicos


Libros Historicos

Josué: La conquista de canaán.
Jueces. Israel en sus derrotas y liberaciones.
Rut: Idilio judaico de contenido simbólico.
1* de Samuel. De la teocracia a la monarquía.
2* de Samuel. La nación establecida bajo Jehová.
1* de Reyes: El reino glorioso sufre división.
2* de Reyes: Juda e Israel llevados en cautiverio.
1* de Cronicas Los ritos de la ley llevados a la practica.
2*de Cronicas: Juda avivado por sus reyes.
Nehemias: la restauración de Jerusalen.
Esdras: Retorno del destierro y reconstrucción del templo.
Ester. La gracia y el coraje de Ester salvan a la nación.
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Libros Poeticos


 "Libros poeticos" o "Sapienciales"

Job,Salmos,Proverbios,Eclesiastes,Cantares.
Job: Pensamientos sobre los hombres justos e injustas.
Salmos:Profundos sentimientos de exhaltación y desesperación.
proverbios: Instruccion moral y espiritual.
Eclesiastes: La vacuidad de los razonamientos humanos.
Cantares:El amor de cristo por su iglesia simbolizado.


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Profetas Mayores


Los Profetas Mayores

Isaías: El profeta del Salvador y su salvación.
Jeremías: Un nuevo pacto y un corazón nuevo bajo el justo gobierno del Mesías.
Lamentaciones: El clamor del amor divino despreciado.
Ezequiel: Castigos futuros y restauracion de Israel.


Daniel: El profeta del plan de Dios.
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Profetas Menores



Libros Profetas Menores 

Oseas: Israel es una adúltera, pero recibirá misericordia.
Joel: Profecía del derramamiento del Espíritu Santo. 
Amos: Dios unge los labios de un boyero.
Abdias: Jehová pagará el bien y el mal.
Jonas: El profeta rebelde es obligado a cumplir su misión.
Miqueas: En medio de las acusaciones, la promesa del Mesías Nahun:
 Anuncio y realización de la destrucción de Ninive.
Habacuc: Jehová enseña fe y paciencia Sofonias: Jehová juzgará las naciones pero recordará a su pueblo Hageo: Zorobabel unifica al pueblo para reedificar el Templo.
Zacarias: Visiones de justicia y restauración y de gloria final.
Malaquias: Reprende y exhorta al pueblo porque su Mesías vendrá pronto.

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El Evangelio Según San Mateo

EL EVANGELIO SEGUN SAN MATEO
INTRODUCCION
El autor de este Evangelio era un publicano, o cobrador de impuestos, y residía en Capernaum, situada en la orilla occidental del mar de Galilea. En cuanto a su identidad con "Leví" del segundo y tercer Evangelios, y otros particulares, véase Nota sobre Mat_9:9.
Se sabe muy poco de sus trabajos apostólicos. Que, después de haber predicado a sus compatriotas de Palestina, fué al Oriente, es el testimonio general de la antigüedad; pero acerca del escenario, o escenarios de su ministerio nada se puede determinar. Que murió de muerte natural, es la conclusión a que se puede llegar basándonos en las creencias de los "padres" mejor informados, de que sólo tres de los apóstoles sufrieron martirio, a saber, Santiago ("Jacobo") el Mayor, Pedro y Pablo. Que el primer Evangelio fué escrito por el apóstol Mateo, es el testimonio de toda la antigüedad.
Acerca de la fecha de este Evangelio sólo tenemos la evidencia interna, y ésta dista mucho de ser decisiva. Por lo tanto, las opiniones al respecto están muy divididas. Que fué el primero de los Evangelios en aparecer, se creía universalmente; de modo que, aunque en el orden de los Evangelios los escritos por los dos apóstoles fueron colocados al principio en los manuscritos de la antigua versión latina, mientras que en los manuscritos griegos, casi sin excepción, el orden es casi el mismo de nuestras Biblias, el Evangelio de Mateo en todos los casos se coloca al principio. Y como este Evangelio es de todos los cuatro el que posee marcas más evidentes de haber sido preparado teniendo en vista especialmente a los judíos, quienes ciertamente fueron los primeros en necesitar un evangelio escrito y los primeros en hacer uso del mismo, no cabe duda de que fué escrito antes de los demás. De que fué escrito antes de la destrucción de Jerusalén, es igualmente cierto; porque, como Hug observa (Introducción al Nuevo Testamento, pág. 316, traducción de Fosdick), cuando informa acerca de la profecía del Señor tocante a aquel terrible acontecimiento, al llegar a la advertencia acerca de la "abominación de desolación" que "estará en el lugar santo", él interpone (contrario a su práctica invariable, que es la de relatar sin comentario) una llamada a sus lectores para que lean inteligentemente—"el que lee entienda" (Mat_24:15)—una llamada para que presten atención a la señal divina para huir, lo cual sólo se podría comprender si está dirigida a los que vivieron antes del acontecimiento. Pero cuánto tiempo antes de este acontecimiento fué escrito el Evangelio, no es claro. Algunas evidencias internas parecen señalar una fecha muy temprana. Ya que los cristianos judíos estuvieron por unos cinco o seis años expuestos a persecución a manos de sus compatriotas—al grado de que los judíos, siendo perseguidos por los romanos, tenían que cuidar de sí mismos—no es probable, argumentan algunos, que fuesen dejados por tanto tiempo sin un Evangelio escrito que los reafirmara y sostuviese, y el Evangelio según Mateo es extraordinariamente adecuado para este propósito. Pero las recopilaciones de datos a las cuales se refiere Lucas en su introducción (véase Nota sobre Luk_1:1-4), bastarían por un tiempo, especialmente debido a que la voz viva de los "testigos oculares y ministros de la palabra" todavía se dejaba oír. Otras consideraciones en favor de una fecha muy temprana—tales como la manera suave en que el autor parece referirse a Herodes Antipas, como si reinase aún, y su referencia a Pilato como si estuviese aún en el poder—no parecen basarse en hechos, y por lo tanto no pueden constituirse en base de un razonamiento respecto a la fecha del Evangelio. Su estructura y matiz hebreos, aun cuando prueban, como creemos, que este Evangelio fué publicado en un período considerablemente anterior al de la destrucción de Jerusalén, no son evidencia en favor de una fecha tan temprana como el año 37 o 38 después de Cristo, según algunos de los "padres" y los modernos Tillemont, Townson, Owen, Birks, Tregelles. Por lo contrario, la fecha sugerida por la afirmación de Ireneo (Luk_3:1) de que Mateo publicó su Evangelio mientras Pedro y Pablo estaban en Roma predicando y fundando la iglesia, o sea después del año 60 aun cuando la mayoría de los críticos está en su favor, parecería demasiado tardía, especialmente debido a que los Evangelios segundo y tercero, que sin duda fueron publicados, lo mismo que éste, antes de la destrucción de Jerusalén, tenían que aparecer aún. Ciertamente afirmaciones como las que siguen: "Por lo cual fué llamado aquel campo, campo de sangre, hasta el día de hoy"; "y este dicho fué divulgado entre los Judíos hasta el dia de hoy" (Mat_27:8 y 28:15), denotan una fecha muy posterior a los acontecimientos que se relatan. Nosotros nos inclinamos por lo tanto en favor de una fecha intermedia entre la temprana y la tardía que se le asigna a este Evangelio, sin pretender una mayor precisión.
Hemos llamado la atención al carácter y colorido marcadamente judíos de este Evangelio. Los hechos que el autor selecciona, los puntos que recalca, el molde del pensamiento y fraseología, todo habla de un punto de vista del cual fué escrito y al cual fué dirigido. Esto se ha notado desde el principio, y se reconoce universalmente. Esto es de la mayor consecuencia para su correcta interpretación; pero de la tendencia entre algunos de los mejores críticos alemanes de inferir, basados en este designio especial del primer Evangelio, una cierta laxitud por parte del evangelista en el tratamiento de los hechos, debemos guardarnos.
Sin duda el punto más interesante e importante relacionado con este Evangelio, es el idioma en que fué escrito. Un formidable número de críticos creen que este Evangelio fué escrito originalmente en lo que comúnmente se llama hebreo, pero más correctamente el arameo, o siro-caldeo, la lengua nativa del país en la época de nuestro Señor; y que el Evangelio de Mateo en griego que poseemos ahora, es una traducción de aquel trabajo, bien sea por el evangelista mismo o por alguna mano desconocida. La evidencia en que se basa esta opinión es enteramente externa, pero ha sido mirada como concluyente por Grocio, Michaelis (y su traductor), Marsh, Townson, Campbell, Olshausen, Creswell, Meyer, Ebrard, Lange, Davidson, Cureton, Tregelles, Webster y Wilkinson. (La evidencia a la cual nos referimos, no puede darse aquí, pero se hallará, con observaciones a su carácter poco satisfactorio, en la "Introduction to the Gospels" que aparece en el prefacio del "Commentary on the Bible", por Jamieson, Fausset y Brown, páginas 28 al 31).
¿Pero cuáles son los hechos en cuanto a nuestro Evangelio en griego? No tenemos ni un tilde de evidencia de que se trate de una traducción, bien sea por Mateo mismo o por algún otro. Toda la antigüedad se refiere a este Evangelio como obra de Mateo el publicano y apóstol, del mismo modo que los otros Evangelios se atribuyen a sus respectivos autores. Este Evangelio griego fué recibido por la iglesia desde el principio como parte integrante del Evangelio cuadriforme. Y aunque los "padres" a menudo llaman la atención a los dos Evangelios que fueron escritos por apóstoles, y a los dos que fueron escritos por hombres que no eran apóstoles para poder mostrar que así como el de Marcos descansa tan completamente en Pedro y el de Lucas en Pablo, así éstos no son menos apostólicos que los otros dos—aunque nosotros asignamos menos peso a esta circunstancia que ellos, no podemos dejar de pensar que es notable que ellos, al hablar así, nunca han dejado un vestigio de que han puesto en tela de duda la autoridad del Evangelio griego de Mateo, en el sentido de que no se trate del original. Además no se descubre en este Evangelio ni siquiera una señal de que se trate de una traducción. Michaelis trató de descubrir, y creyó haber descubierto, una o dos de tales señales. Otros críticos alemanes, y Davidson y Cureton entre nosotros, han hecho la misma tentativa, pero el completo fracaso de todos esos esfuerzos se admite ahora generalmente, y los ingenuos defensores del original hebreo están listos a reconocer ahora que no se halla ninguna señal de esa clase, y que si no fuese por el testimonio externo, nadie se habría imaginado que el Evangelio griego no era el original. Ellos interpretan este hecho como que indica cuán perfectamente fué hecha la traducción; pero los que mejor conocen lo que es traducir de una lengua a otra, estarán dispuestos a reconocer que esto es equivalente a abandonar la cuestión. Este Evangelio proclama su propia originalidad en un número de puntos sorprendentes, como ser su manera de citar el Antiguo Testamento y su fraseología en algunos casos peculiares. Pero la íntima coincidencia verbal de nuestro Evangelio de Mateo en griego con los dos Evangelios siguientes, no debe perderse de vista del todo. Hay sólo dos posibles maneras de explicar esto: O el traductor, sacrificando la fidelidad verbal de su versión, intencionalmente conformó algunas partes del trabajo de su autor con los Evangelios segundo y tercero, en cuyo caso difícilmente se le podría llamar Evangelio según Mateo; o por el contrario, nuestro Mateo griego es el original.
Movidos por estas consideraciones, algunos defensores de la teoría de un original hebreo, han adoptado la teoría de un original doble; el testimonio externo, piensan ellos, requiere que creamos en un original hebreo, mientras que la evidencia interna es decisiva en favor de la originalidad del texto griego. Esta teoría es defendida por Guericks, Olshausen, Thiersch, Townson, Tregelles y otros. Pero además de que esta teoría parece ser también artificial, inventada para resolver una dificultad, está completamente sin base histórica. No hay ni siquiera un vestigio de testimonio que la apoye en la antigüedad cristiana. Esto debe ser decisivo en contra de ella.
Concluimos, pues, que nuestro Mateo griego es el original de este Evangelio y que ningún otro original existió jamás. Reconocemos la sinceridad del decano Alford, quien, después de haber mantenido en la primera edición de su "Testamento Griego" la teoría de un original hebreo de este Evangelio, se expresa en la segunda edición, y en las subsecuentes de su obra, del modo siguiente: "Considerándolo todo, me siento constreñido a abandonar el punto de vista mantenido en mi primera edición y a adoptar el de un original griego".
Hay un argumento que ha sido presentado por el lado contrario, en el cual se ha puesto no poca confianza, pero la determinación de la cuestión principal, en mi opinión, no depende del punto a que alude. Se ha afirmado con mucha confianza que la lengua griega no era suficientemente comprendida por los judíos de Palestina, cuando Mateo publicó su Evangelio, para que sea probable que él escribiese un Evangelio para beneficio de ellos en aquella lengua. Ahora bien, como esto meramente alega la improbabilidad de un original griego, basta confrontarlo con la evidencia que ya ha sido señalada, la cual es positiva, en favor de un original único de nuestro Mateo griego. En verdad, la cuestión es saber hasta qué punto la lengua griega era comprendida en Palestina en la época de referencia. Aconsejamos al lector que no se deje llevar a esta cuestión como si fuese esencial para la solución de la otra. Constituye uno de los elementos, sin duda, pero no un elemento esencial. Hay extremos en ambos lados. La vieja idea de que nuestro Señor apenas hablara otro idioma que el sirocaldeo, ahora ha sido casi del todo desvirtuada. Muchos, sin embargo, no van tan lejos, al opinar de otra forma, como Hug (en su Introducción, pág. 326, sig.) y Roberts ("Discussions", pág. 25 y sig.). En cuanto a nosotros, aunque creemos que nuestro Señor en todas las escenas más públicas de su ministerio, habló en griego, todo lo que creemos necesario decir aquí es que no hay base para creer que el griego fuera tan poco conocido en Palestina como para que fuese improbable que Mateo escribiese su Evangelio exclusivamente en esa lengua, tan improbable que sobrepuja la evidencia de que lo hizo. Y cuando pensamos en el número de escritos, o narraciones cortas, tocante a los acontecimientos más importantes en la vida de nuestro Señor que, según Lucas (1:1-4), flotaban en el ambiente un poco antes de que él escribiese su Evangelio, de las cuales él no habla irrespetuosamente y la mayoría de las cuales estarían en la lengua madre, no puede cabernos duda de que los cristianos judíos y los judíos en Palestina generalmente tendrían desde el principio un material escrito de confianza suficiente para suplir todo requisito necesario, hasta que el apóstol-publicano escribiese holgadamente el primero de los cuatro evangelios en un idioma que no era para ellos lengua extraña, mientras que para el resto del mundo era la lengua en la cual todo el cuadriforme Evangelio habría de ser reverentemente encuadrado. Los siguientes, entre otros, mantienen este punto de vista referente a la originalidad del Mateo griego: Erasmo, Calvino, Lightfoot, Wetstein, Lardner, Hug, Fritzsche, Credner, De Wette, Stuart, Da Costa, Fairbairn, Roberts.
Hay otras dos cuestiones respecto a este Evangelio, de las cuales habría sido del caso decir algo, si no fuese por el hecho de que el espacio ya ha sido agotado: Las características, tanto en el lenguaje como en el fondo, que lo distinguen de los otros tres, y su relación con los Evangelios segundo y tercero. En cuanto al segundo de estos tópicos, si uno o más de los evangelistas hicieron uso de los materiales de los otros Evangelios, y en caso afirmativo, ¿cuál de los evangelistas copió a los otros? Las opiniones sobre este particular son tan numerosas como las posibilidades del caso; cada concebible manera tiene uno o más escritores que la defienden. La opinión más popular hasta hace poco, y en este país todavía la más popular, es que el segundo evangelista hizo uso poco o mucho de los materiales del primer Evangelio, y que el tercero hizo uso de los materiales del primero y segundo. Sobre este punto deseamos expresar nuestra propia creencia de que cada uno de los tres primeros evangelistas escribió independientemente de los otros dos, mientras que el cuarto, familiarizado con los tres primeros Evangelios, escribió su Evangelio como suplemento a los otros, y aunque sigue la misma línea de pensamiento, escribió independientemente de ellos. Este juicio que expresamos con todo respeto para los que tienen opiniones contrarias, es el resultado de un estudio bastante detenido de cada uno de los Evangelios en una íntima yuxtaposición y comparación con los otros. Sobre el primero de los dos tópicos, las peculiaridades de cada uno de los Evangelios han sido estudiadas más detenida y acertadamente por Credner ("Einleitung"), de cuyos resultados se halla un buen sumario en la "Introducción" de Davidson. Las otras peculiaridades de los Evangelios han sido señaladas oportuna y hermosamente por Da Costa en su libro "Cuatro Testigos", obra a la cual referimos al lector, aunque tiene algunas cosas con las cuales no estamos de acuerdo.




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El Evangelio Según San Marcos

EL EVANGELIO SEGUN SAN MARCOS
INTRODUCCION
Que el segundo Evangelio fué escrito por Marcos, es reconocido universalmente, aunque no hay unidad en cuanto a cuál Marcos fué. La gran mayoría de los críticos entienden que el escritor fué "Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos", de quien leemos en Los Hechos, (12:12) y quien fué "el sobrino de Bernabé" (Col_4:10). Pero no se ha dado ninguna razón para sostener esta opinión, tocante a la cual la tradición, aunque antigua, no es uniforme, y uno no puede sino maravillarse de que tan fácilmente sea aceptada por Wetstein, Hug, Meyer, Ebrard, Lange, Ellicott, Davidson, Tregelles, etc. Alford hasta llega a decir que "es universalmente creído que éste era la misma persona que Juan Marcos de los Evangelios". Pero la opinión de Grocio, así como también de Schleiermacher, Campbell, Burton y Da Costa es diferente; y los motivos por los cuales se juzga que eran dos personas distintas, nos parecen a nosotros incontestables. De "Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos," dice Campbell, en su Prefacio a este Evangelio, "una de las primeras cosas que aprendemos, es que acompañó a Pablo y a Bernabé en sus viajes apostólicos, cuando éstos dos andaban juntos (Act_12:25Act_13:5). Cuando más tarde se suscitó una disputa entre Pablo y Bernabé acerca de este Marcos, hasta el punto de que los dos tuvieron que separarse, Marcos acompañó a su tío Bernabé, y Silas fué a acompañar a Pablo. Cuando Pablo se reconcilió con Marcos, lo que sucedió probablemente poco después, hallamos a Pablo empleando nuevamente la ayuda de Marcos, recomendándole y dando de él un testimonio muy honorable (Col_4:102Ti_4:11; Filemón v. 24). Pero no encontramos ninguna sílaba en cuanto a que este Marcos haya atendido a Pedro como su ministro o sirviéndole en forma alguna"; y sin embargo, como veremos pronto, ninguna tradición es más antigua, más uniforme y mejor apoyada por evidencia interna, que la que sostiene que Marcos, en su Evangelio, fué "el intérprete de Pedro", quien, al final de su Primera Epístola habla de él como "Marcos mi hijo" (1Pe_5:13), queriendo decir, sin duda, que era su hijo en el evangelio, convertido a Cristo por su ministerio. Y cuando pensamos en lo poco que los apóstoles Pedro y Pablo estuvieron juntos; y en las pocas veces que se encontraban, cuán distintas eran sus tendencias, cuán separadas sus esferas de labor, y en ausencia de toda evidencia del hecho, ¿no hay algo cercano a la violencia en la suposición de que el mismo Marcos fuera compañero íntimo de ambos? "En breve", agrega Campbell, "los relatos dados acerca del asistente de Pablo, y acerca del intérprete de Pedro, no concuerdan sino en el nombre Marcos; circunstancia demasiado insignificante para apoyar que eran una misma persona; especialmente cuando pensamos en lo común que era este nombre en Roma, y lo habitual que era que los judíos de aquella época se tomasen algún nombre romano cuando iban a establecerse allá".
Acerca del evangelista Marcos, pues, como persona distinta del compañero de viaje de Pablo, todo lo que sabemos de su historia personal, es que fué un convertido, como hemos visto, del apóstol Pedro. Pero en cuanto a su Evangelio, la tradición acerca de la parte que tuvo Pedro en la composición del mismo es tan antigua, tan uniforme y tan notablemente confirmada por las evidencias internas, que tenemos que considerarla como un hecho establecido. "Marcos", dice Papías (según el testimonio de Eusebio, Historia Eclesiástica, 3:39), "siendo intérprete de Pedro, escribió correctamente, aunque no en orden, todo cuanto recordaba de lo que fué dicho o hecho por Cristo; porque él no fué un oidor ni un seguidor del Señor, sino después, como he dicho, lo fué de Pedro, quien arreglaba los discursos para ser usados, pero no según el orden en que fueron pronunciados por el Señor". Al mismo efecto escribe Ireneo (Contra Herejías, 3:1): "Mateo publicó un Evangelio, mientras que Pedro y Pablo predicaban y fundaban la iglesia en Roma; y después de la partida (o fallecimiento) de ellos, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos dió por escrito las cosas que eran predicadas por Pedro". Clemente de Alejandría es todavía más preciso, en un mensaje conservado para nosotros por Eusebio (Historia Eclesiástica, 6:14) : "Habiendo Pedro predicado la Palabra en Roma, y hablado del Evangelio por el Espiritu Santo, muchos de los que estaban presentes exhortaron a Marcos, quien había sido por mucho tiempo seguidor de él, y que se acordaba de lo que había dicho, a que escribiera lo que había sido pronunciado; y habiendo preparado su Evangelio, lo entregó a los que se lo habían pedido; lo cual, cuando Pedro llegó a saberlo, ni se lo prohibió decididamente ni lo estimuló a hacerlo." El testimonio propio de Eusebio, sin embargo, según otros relatos, es aglo diferente: Que los oyentes de Pedro fueron tan conmovidos por su predicación, que no dieron descanso a Marcos, como seguidor de Pedro, hasta que consintió en escribir su Evangelio como memorial de las enseñanzas de Pedro; y "que el apóstol, cuando supo por revelación lo que había sido hecho, se agradó del celo de aquellos hombres y sancionó la lectura del escrito (es decir, del Evangelio de Marcos) en las iglesias" (Historia Eclesiástica, 2:15). Y al asentar en otra de sus obras un aserto similar, dice que "Pedro, por exceso de humildad, no se creía preparado para escribir el Evangelio; pero Marcos a quien conocía tan bien y quien fué su discípulo, se dice que escribió sus relatos de las enseñanzas de Jesús. Pedro da testimonio a estas cosas él mismo; porque todas las cosas relatadas por Marcos son, según se dice, memorias de los discursos de Pedro". No creemos necesario ir más lejos, hasta Orígenes, quien dice que Marcos compuso su Evangelio "según Pedro le guiaba", o "según el dirigía, quien en su Epístola lo llama su hijo", etc., ni hasta Jerónimo, quien es sólo un eco de Eusebio.
Esta seguramente es una cadena notable de testimonios; la cual, confirmada como lo es por evidencia interna tan sorprendente, puede considerarse como que establece el hecho de que el segundo Evangelio fué compuesto en su mayor parte de materiales facilitados por Pedro. En la obra "Four Witnesses" de Da Costa, el lector hallará esta evidencia interna detallada completamente, aunque no todos los ejemplos son igualmente convincentes. Pero si el lector se refiere a nuestros comentarios sobre Mar_16:7 y Joh_18:27, tendrá evidencia convincente de la contribución de Pedro a este Evangelio.
Nos resta referirnos, en pocas palabras, a los lectores para quienes fué, en primera instancia, designado, y a la fecha del mismo. Que no fué para judíos sino gentiles, es evidente por el gran número de explicaciones de usanzas, opiniones y lugares judíos, las cuales para un judío habrían sido superfluas, pero que eran muy necesarias para un gentil. Como ejemplo de estas explicaciones véanse los pasajes en los caps. 2:18; 7:3, 4; 12:18; 13:3; 14:12; 15:42. Acerca de la fecha de este Evangelio, de la cual nada de seguro se sabe, si podemos confiar en la tradición referida por Ireneo, que opina que fué escrito en Roma "después de la partida de Pedro y Pablo", y si por el término "partida" hemos de entender su muerte, podemos fecharlo entre los años 64 y 68; pero con toda probabilidad esto es demasiado tarde. Sería probablemente más aproximado a la verdad el fecharlo como ocho o diez años más temprano.





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El Evangelio Según San Lucas

EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS
INTRODUCCION
El escritor de este Evangelio es reconocido universalmente como Lucas (forma abreviada de Lucano, como Silas de Silvano), aunque no es nombrado expresamente ni en el Evangelio ni en los Hechos. Por Col_4:14, sabemos que era "médico"; y comparando este versículo con los vv. 10, 11, en los cuales el apóstol enumera todos los de la circuncisión que con él estaban, mas no menciona a Lucas, aunque inmediatamente después manda un saludo de él, colegimos que Lucas no es judío de nacimiento. Algunos han creído que era esclavo manumitido (libertinus), como los romanos remitían el arte médica a personas de esta clase o a sus esclavos, como un oficio indigno de ciudadanos romanos. Su conocimiento íntimo de las costumbres judías y su facilidad en el griego hebraico, parecen indicar que era temprano prosélito a la fe judía; y esto es confirmado singularmente por Act_21:27-29, donde hallamos a los judíos enfurecidos por la supuesta introducción de griegos en el templo por Pablo, porque habían visto a "Trófimo, efesio" con él; y como sabemos que Lucas estaba con él en aquella ocasión, parecería que lo hubiesen tomado por judío, pues no hicieron mención de él. Por otra parte, su facundia en el griego clásico confirma su origen gentil. El momento cuando se unió a la compañía de Pablo es indicado claramente en los Hechos por su cambio (cap. 16:10) desde la tercera persona singular "él" a la primera persona plural "nosotros". Desde aquel tiempo raramente dejaba al apóstol hasta cerca de su martirio (2Ti_4:11). Eusebio le hace nativo de Antioquía. Si fué así, tendría él toda clase de oportunidades para cultivar la literatura de Grecia y el conocimiento médico como se poseía en aquel entonces. Que murió de muerte natural es generalmente reconocido entre los antiguos, afirmando sólo Gregorio Nacianceno que murió mártir.
La fecha y el lugar de la publicación de su Evangelio son igualmente dudosos. Pero podemos aproximar la fecha. Tiene que haber salido, de todos modos, antes que los Hechos, porque allí el Evangelio es expresamente mencionado como "el primer tratado" (Act_1:1). Pero el Libro de los Hechos no fué publicado por dos años enteros después de la llegada de Pablo a Roma como prisionero, porque termina con una referencia a este período; pero probablemente fué publicado poco después, fecha que parece haber sido al principio del año 63. Antes de aquel tiempo, entonces, razón tenemos de creer que el Evangelio de Lucas estaba en circulación, aunque la mayoría de los críticos dan una fecha posterior. Si lo fechamos entre los años 50 y 60 después de Cristo, probablemente estaremos cerca de la verdad; pero más cerca de la fecha no podemos llegar con alguna certeza. Las conjeturas acerca del lugar de publicación son demasiado dudosas para ser mencionadas aquí.
Que fué dirigido, en primera instancia, a lectores gentiles, está fuera de duda. Esto no es más, como observa Davidson (Introducción, p. 186), de lo que había de esperarse de un compañero de un "apóstol de los gentiles", quien había sido testigo de cambios maravillosos en la condición de muchos gentiles mediante la recepción del evangelio. Pero las explicaciones en su Evangelio de cosas conocidas a todos los judíos, y que podrían ser indicadas para lectores gentiles, hace que esto sea bien claro. Véanse los caps. 1:26; 4:31; 8:26; 21:37; 22:1; 24:13. Un número de otras particularidades pequeñas, tanto de cosas intercaladas como de cosas omitidas, confirman la conclusión de que eran gentiles a quienes este evangelista tenía en vista en primera instancia.
Ya hemos hecho notar el estilo clásico del griego que escribe este evangelista, precisamente lo que podría esperarse de un griego instruído y médico trotamundos. Pero hemos notado también que junto con esto, manifiesta una flexibilidad de estilo maravillosa; tanto es así, que cuando llega a relatar transacciones enteramente judías, donde los oradores y obradores e incidentes son todos judíos, escribe en un griego judaico tal como escribiría quien nunca hubiera vivido fuera de Palestina ni tratado sino con judíos. En "Los Cuatro Testigos", de Da Costa, se hallarán algunos rastros del "amado médico" en este Evangelio. Pero mucho más llamativos e importantes son los rastros hallados en él de su conexión íntima con el apóstol de los gentiles. Que uno que estaba tan largo tiempo y tan constantemente en la compañía de aquel intelecto maestro, no haya mostrado en una obra como ésta rastros de aquella conexión, ningún sello de aquella mente, es difícil de creerse. Escritores de "introducciones" parece que no lo ven, y no toman nota de ello. Pero los que penetran al interior de ello, pronto descubrirán bastantes evidencias en él del estilo de mente paulino. Refiriéndonos por un número de detalles a Da Costa, notaremos aquí solo dos ejemplos. En 1Co_11:23, Pablo atribuye a una revelación expresa de Cristo mismo el relato de la institución de la Cena del Señor, que él da allí. Entonces, si hallamos que este relato difiere en algunos particulares pequeños más llamativos de los relatos dados por Mateo y Marcos, pero que concierta al pie de la letra con el de Lucas, difícilmente podemos dudar de que el uno lo recibió del otro; y en aquel caso, naturalmente, fué Lucas quien lo recibió de Pablo. Ahora pues, Mateo y Marcos dicen los dos de la Copa: "Esto es mi sangre del nuevo pacto"; mientras que Pablo y Lucas dicen, en términos idénticos: "Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre". Además, Lucas dice: "Asimismo también el vaso, después que hubo cenado, diciendo", etc.; mientras que Pablo dice: "Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo", etc.; mientras que ni Mateo ni Marcos mencionan que esto fué después de la cena.
Más evidente todavía es otro punto de coincidencia en este caso. Mateo y Marcos dicen del pan meramente esto: "Tomad, comed; esto es mi cuerpo"; mientras que Pablo dice: "Tomad, comed: esto es mi cuerpo, que por vosotros es partido", y Lucas: "Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado". Y Pablo agrega esta cláusula preciosa: "Haced esto en memoria de mí", y Lucas hace lo mismo en términos idénticos. ¿Cómo puede alguno, que medita en esto, resistirse en convencerse de un sello paulino en este Evangelio? La otra prueba de esto, a la cual invitamos la atención del lector, es el hecho de que Pablo, en enumerar las personas por quienes fué visto Cristo después de su resurrección, empieza, bien singularmente, por Pedro: "Y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce" (1Co_15:4-5), unido al hecho notable de que Lucas es el único de los evangelistas, que menciona que Cristo apareció a Pedro. Cuando regresaron los dos discípulos de Emmaús, a contar a sus hermanos cómo se les había aparecido el Señor en el camino, y cómo se les dió a conocer al partir el pan, fueron recibidos, como relata Lucas, antes que pudiesen pronunciar una palabra, con esta maravillosa noticia: "Haresucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón" (Luk_24:34). En el comentario se tratarán otros puntos de coincidencia relacionados con este Evangelio.



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El Evangelio Según San Juan


EL EVANGELIO SEGUN SAN JUAN
INTRODUCCION
El autor del Cuarto Evangelio fué el menor de los dos hijos de Zebedeo, pescador en el mar de Galilea, quien residía en Bethsaida, donde nacieron Pedro y Andrés su hermano, y Felipe también. El nombre de su madre era Salomé, quien, aunque tenía sus imperfecciones (Mat_20:20, etc.), fué una de aquellas mujeres queridas y honradas, que acompañaron al Señor en una de sus giras evangelísticas por Galilea, atendiendo a sus necesidades corporales; una de aquellas que lo siguieron hasta la cruz, y compraron especias aromáticas para embalsamar su cuerpo después de su sepultura, pero, al ir a llevarlas al sepulcro, en la mañana del primer día de la semana, se dieron cuenta de que sus servicios cariñosos eran ya inútiles pues había resucitado antes de que ellas llegaran. Su padre, Zebedeo, parece que gozaba de una posición desahogada, pues tenía su propio barco y obreros a quienes tenía asignado un sueldo (Mar_1:20). Nuestro evangelista, cuyo oficio era el de pescador juntamente con su padre, era sin duda discípulo de Juan el Bautista, y uno de los dos que tuvieron la primera entrevista con Jesús. El fué llamado cuando estaba ocupado en su carrera secular (Mat_4:21-22), y otra vez en una ocasión memorable (Luk_5:1-11), y finalmente escogido como uno de los doce apóstoles (Mat_10:2). El era el más joven de los doce—el "Benjamín", como lo llama Da Costa—y él y su hermano Jacobo (o Santiago) fueron llamados, en su idioma nativo por el que conocía el corazón: "Boanerges", que el Evangelista Marcos (Mat_3:17) explica como "Hijos del Trueno"; sin duda, por su natural vehemencia de carácter. Ellos con Pedro formaban aquel Triunvirato selecto de quienes véase nota, Luk_9:28. Pero el honor más grande otorgado a este discípulo fué el de recostarse en el seno de su Señor, en la cena, como el discípulo "al cual Jesús amaba" (Joh_13:23; Joh_20:2; Joh_21:7; Joh_20:24), y el de tener encomendado a él, por el Redentor moribundo, el cuidado de su madre (Joh_19:26-27). No puede haber duda razonable de que esta distinción se debía a una simpatía con el propio espíritu y mente de Jesús de parte de Juan, la cual el Ojo que todo lo penetraba, de su Maestro común, no veía en ninguno de los demás; y aunque esto probablemente nunca era notado en su vida ni en su ministerio por sus compañeros en el apostolado, se destaca maravillosamente en sus escritos, los que, en espiritualidad, en amor y excelencia suprema como en Cristo mismo, superan, podemos decir francamente, a todos los demás escritos espirituales.
Después del derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, lo hallamos en compañía constante, mas silenciosa, con Pedro, el gran interlocutor agente de la Iglesia infante hasta la accesión de Pablo. Mientras que su amor por el Señor Jesús le atraía espontáneamente al lado de aquel siervo del Señor, y su vehemencia disciplinada hacía que estuviera pronto a colocarse valientemente a su lado, y a sufrir con él en todo lo que su testimonio a favor de Jesús pudiera costarle; su humildad modesta, como el más joven de todos los apóstoles, hacía de él un escuchador admirativo y apoyo fiel a su hermano apóstol, más bien que un orador y agente separado. La historia eclesiástica es uniforme al dar testimonio de que Juan fué al Asia Menor; pero es casi seguro que esto no pudo ser sino hasta después de la muerte de Pedro y Pablo; que residía en Efeso, desde donde, como centro, cuidaba las iglesias de aquella región, haciéndoles visitas ocasionales; y que sobrevivía a los demás apóstoles por muchos años. Si la madre de Jesús murió antes de esto, o si ella fué con Juan a Efeso, donde murió y fué sepultada, no está determinado. Una o dos anécdotas acerca de sus últimos días nos han llegado por medio de la tradición, una de las cuales lleva señales de probabilidad razonable. Pero no es necesario repetirlas aquí. En el reinado de Domiciano (año 81-96 d. de C.) Juan fué desterrado a la "isla que es llamada Patmos" (isla pequeña peñascosa y en aquel entonces casi deshabitada, en el mar Egeo), "por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Rev_1:9). Dicen Ireneo y Eusebio que esto sucedió hacia el fin del reinado de Domiciano. Que haya sido echado en un caldero de aceite caliente, y librado milagrosamente, es una de las leyendas que, repetidas por Tertuliano y Jerónimo, no merece crédito alguno. Su regreso del destierro se efectuó en el reinado breve más tolerante de Nerva. Murió en Efeso, en el reinado de Trajano [Eusebio, Historia Eclesiástica 3:23], a una edad superior a los noventa años, según algunos, según otros a los 100 años, y según otros todavía a los 120. El número intermedio generalmente es considerado como más cercano a la verdad.
En cuanto a la fecha de este Evangelio, los argumentos a favor de que haya sido escrito antes de la caída de Jerusalén (aunque son aceptados por algunos críticos serios) son de los más débiles; tal como la expresión en el cap. 5:2: "hay en Jerusalem a la puerta del ganado, un estanque", etc.; que no hay alusión al martirio de Pedro como ocurrido según la predicción en el cap. 21:18, cosa demasiado bien conocida para necesitar atención. Que fué compuesto mucho después de la destrucción de Jerusalén y después del fallecimiento de todos los demás apóstoles, es casi seguro, aunque la fecha exacta no se puede determinar. Probablemente fué antes de su exilio, sin embargo; y si lo fechamos entre los años 90 y 94, probablemente estaremos cerca de la verdad.
En cuanto a los lectores para quienes fué inmediatamente destinado, que eran gentiles naturalmente podríamos suponer por lo tarde de la fecha; pero la multitud de explicaciones de cosas familiares a todo judío, pone esto fuera de toda duda.
Jamás hubo duda acerca de la legitimidad y autenticidad de este Evangelio sino hacia fines del siglo pasado, ni fueron estas dudas expresadas en algún ataque formal contra él; hasta que Bretschneider, en 1820, publicara su famoso tratado ("Probabilia", etc.), las conclusiones del cual él no fué bastante cándido para reconocer, habían sido confutadas satisfactoriamente. Referirnos a estas conclusiones sería tan penoso como innecesario; pues consisten en la mayor parte en afirmaciones acerca de los discursos de nuestro Señor registrados en este Evangelio, las cuales son repugnantes a toda mente espiritual. La escuela Tübingen hizo todo lo posible, según su manera peculiar de razonamiento, para infundir vida en esta teoría de la fecha postjoanina del Cuarto Evangelio; y algunos críticos unitarios en este país todavía se adhieren a ella. Pero para usar el lenguaje sorprendente de Van Osterzee acerca de especulaciones similares sobre el Tercer Evangelio: "He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán" (Act_5:9), damos el resultado en este esfuerzo destructivo. ¿Hay una mente de la menor elevación de discernimiento espiritual que no vea en este Evangelio señales de verdad histórica y una gloria sobresaliente cual ninguno de los otros Evangelios posee, por brillantemente como ellos también atestiguan su propia veracidad; y quien no esté listo a decir que si no es históricamente verdadero, y verdadero tal como está, nunca habría podido ser compuesto ni concebido por hombre mortal?
De las peculiaridades de este Evangelio, haremos notar aquí sólo dos. La una es su carácter meditativo. Mientras que las otras son puramente narrativas, el cuarto evangelista "se detiene, como si fuese, a cada vuelta", como dice Da Costa ("Cuatro Testigos", p. 234), "una vez para dar una razón, otra vez para fijar la atención, para sacar alguna consecuencia, o hacer aplicaciones, o dar salida a palabras de alabanza". Véanse los caps. 2:20, 21, 23-25; 4:1, 2; 7:37-39; 11:12, 13, 49-52; 21:18, 19, 22, 23. La otra peculiaridad es su carácter suplementario. Por esto, en el caso presente, queremos decir algo más que el cuidado con el cual omite muchos incidentes muy importantes en la vida de nuestro Señor, por ningún motivo concebible sino que eran bien conocidos por todos sus lectores, por medio de los tres Evangelios anteriores, y que él sustituye en lugar de éstos una cantidad inmensa de material riquísimo no hallado en los otros Evangelios. Nos referimos aquí más particularmente a la naturaleza de los acontecimientos agregados que distinguen este Evangelio; particularmente las menciones de las diferentes Pascuas que ocurrieron durante el ministerio público de nuestro Señor, y la documentación de sus enseñanzas en Jerusalén sin la cual, no es decir demasiado, no habríamos podido tener sino un concepto muy imperfecto tanto de la duración de su ministerio como del plan de él. Pero otro rasgo de estos acontecimientos agregados es bien evidente y no menos importante. "Hallamos", para usar otra vez las palabras de Da Costa (pp. 238, 239), algo abreviadas, "sólo seis de los milagros de nuestro Señor relatados en este Evangelio, pero éstos son todos de la clase más notable, y sobrepujan a los demás en profundidad, especialidad de aplicación, y plenitud de sentido. De estos seis sólo hallamos uno en los otros tres Evangelios: el de la multiplicación de los panes. Parecería que principalmente este milagro por causa de las instrucciones importantes para las cuales el milagro sirve de ocasión (cap. 6), se relata aquí de nuevo. Las otras cinco muestras del poder divino se distinguen de entre las muchas relatadas en los otros Evangelios, por el hecho de que proveen un despliegue superior de poder y mando sobre las leyes y el curso ordinarios de la naturaleza. Así hallamos relatado aquí el primero de todos los milagros que Jesús obró, el de cambiar el agua en vino (cap. 2), la curación del hijo del príncipe a la distancia (cap. 4); de las numerosas curaciones de los cojos y paralíticos por la palabra de Jesús, sólo una, la del hombre impotente por treinta y ocho años (cap. 5); de las muchas curaciones de los ciegos, sólo una, la del hombre ciego de nacimiento (cap. 9); la restauración de Lázaro no del lecho de muerte, como la hija de Jairo, ni del féretro, como el hijo de la viuda de Naín, sino del sepulcro, y después de estar allí cuatro días, volviendo a la corrupción (cap. 11); y finalmente, después de su resurrección, la pesca milagrosa en el mar de Tiberias (cap. 21). Pero todos éstos se relatan principalmente para dar ocasión para documentar aquellos discursos y conversaciones asombrosos, lo mismo con amigos y con enemigos, con sus discípulos y con la multitud que los milagros atrajeron".

Otras ilustraciones de las peculiaridades de este Evangelio se presentarán, y otros puntos relacionados con él han de ser notados, en el curso del Comentario.
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Libro Historico Hechos De Los Apostoles


LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES
INTRODUCCION
Este libro es a los Evangelios lo que es el fruto a la planta que lo lleva. En los Evangelios vemos el grano de trigo que cae en la tierra y muere: en los Hechos lo vemos llevando mucho fruto (Joh_12:24). En aquéllos vemos a Cristo comprando a la iglesia con su propia sangre: aquí vemos a la iglesia así comprada surgiendo a una existencia real, primero entre los judíos de Palestina y luego entre los gentiles del rededor, hasta que gana una base en la gran capital del mundo antiguo, marchando majestuosamente de Jerusalén a Roma. Este libro no es menos valioso como una introducción a las Epístolas que le siguen que como una secuela a los Evangelios que le preceden. Porque sin esta historia, las Epístolas del Nuevo Testamento, presuponiendo, como lo hacen, las circunstancias históricas de aquellos a quienes van dirigidas, y derivando de éstas tal caudal de su frescura, intento y fuerza, no podrían de manera alguna ser lo que son ahora, y en numerosos pasajes serían apenas inteligibles.
La legitimidad, autenticidad y autoridad canónica de este libro, nunca fueron puestas en duda dentro de la Iglesia primitiva. Tiene su lugar inmediatamente después de los Evangelios en los catalogos de los "Homologoúmena", o los libros universalmente reconocidos del Nuevo Testamento (véase la introducción a Comentary on the Bible, by Jamieson, Fausset & Brown, Vol. V, págs. 4, 5). Es verdad que fué rechazado por ciertas sectas heréticas en el segundo y tercer siglos, y por los ebionitas, los severianos (véase Eusebio, Historia Eclesiástica, 4:29), los marcionitas y los maniqueos; pero el carácter totalmente burdo de sus objeciones (véase la Introducción arriba referida, págs. 13, 14), no sólo las priva de todo peso, sino aun más, muestran indirectamente sobre qué sólidas bases la Iglesia Cristiana había procedido todo el tiempo al reconocer este libro.
En nuestros días, sin embargo, su autenticidad, como la de los principales libros del Nuevo Testamento, ha sido objeto de aguda y prolongada controversia en Alemania. Primeramente, De Wette, mientras que admite que Lucas es el autor de todo el libro, declara que la primera parte del mismo ha sido tomada de fuentes no dignas de confianza (Einleitung, 2a y 2c). Pero la escuela de Tubingen, con Baur al frente, ha ido mucho más lejos. Como esta escuela no puede ni aun pretender que su fantástica teoría de la fecha postjuanina de los Evangelios sea escuchada, entre tanto que la autenticidad de los Hechos de los Apóstoles permanezca inconmovible, ellos sostienen que puede mostrarse que la primera parte de esta obra no merece crédito, mientras que la segunda parte está en abierta contradicción con la Epístola a Los Gálatas, la cual esta escuela reputa inexpugnable, y lleva en sí evidencias internas de ser una planeada tergiversación de los hechos, con el propósito de establecer el carácter universal que Pablo dió al cristianismo en oposición al estrecho pero original carácter judaico del mismo que Pedro predicó, y que, después de la muerte de los apóstoles, fué sostenido exclusivamente por la secta de los ebionitas. Es doloroso pensar que un hombre como Baur, tan recientemente fallecido, haya gastado tantos años y, ayudado por ilustres y perspicaces discípulos en diferentes partes del argumento, haya empleado tanto conocimiento, investigación e inventiva intentando elaborar una hipótesis con respecto al origen de los principales libros del Nuevo Testamento, hipótesis que viola todos los principios de sobria crítica y legítima evidencia. Como escuela, a la larga, este grupo se disgregó: su cabeza, después de vivir lo suficiente para verse el único defensor de la teoría como un todo, dejó este escenario terrenal quejándose de la deserción; mientras que algunos de sus asociados han abandonado tan crueles estudios por las más congeniales tareas de la filosofía, y otros han modificado sus ataques contra la veracidad histórica de las crónicas del Nuevo Testamento, retirándose a posiciones a las que no vale la pena seguirlos, mientras que todavía otros han estado aproximándose gradualmente a los sanos principios. La única compensación por todo este daño es la rica adición a la literatura apologética y crítica de los libros del Nuevo Testamento y de la historia más temprana de la Iglesia Cristiana, que ha provenido de las plumas de Thiersch, Ebrard y muchos otros. Cualquier alusión que tengamos que hacer a las afirmaciones de esta escuela, será hecha en conexión con los pasajes a los cuales ellas se relacionen en Hechos, Primera de Corintios y Gálatas.
La relación que hay entre este libro y el tercer Evangelio, siendo éste simplemente la continuación del otro, y escritos ambos por el mismo autor, y la notable similaridad que distingue el estilo de ambas producciones no dejan lugar a dudas de que la iglesia primitiva estaba en lo cierto al atribuirlos con unánime consentimiento a Lucas. La dificultad que algunos críticos fastidiosos han creado acerca de los orígenes de la primera parte de la historia, no tienen base sólida. Que el historiador mismo fuera testigo presencial de las primeras escenas, como deduce Hug por la circunstancialidad de la narración, es completamente improbable; pero había centenares de testigos que habían presenciado en su totalidad algunas de las escenas, y lo suficiente de todas las demás, para dar al historiador, en parte oralmente y en parte por testimonio escrito, todos los detalles que él tan gráficamente ha incorporado en su historia; y se comprobará por el comentario, así confiamos, que las quejas de De Wette de que existan en esta parte confusión, contradicción y error, son sin fundamento. El mismo crítico, y uno o dos más, atribuirían a Timoteo aquellas últimas partes del libro en las que el historiador habla en la primera persona del plural, suponiendo que Timoteo tomó notas de todo lo que pasaba ante sus propios ojos, lo cual Lucas incluyó en su historia tal cual estaba. Es imposible aquí refutar en detalle esta infundada hipótesis, pero el lector lo hallará refutado por Ebrard (Gospel History, sec. 110, traducción de Clark; sec. 127 de la obra original, 1850) y por Davidson (Introduction to the New Testament, Vol. II, págs. 9-21).
Las espontáneas coincidencias entre esta historia y las Epístolas apostólicas han sido traídas a la luz y usadas con sin igual éxito como un argumento en favor de la veracidad de los hechos así declarados, por Paley en su Horae Paulinae, a la que Birks ha hecho un número de ingeniosas adiciones en su Horae Apostolicae. Algunas de éstas han sido objetadas por Jowett (St. Paul's Epistles, Vol. I, págs. 108 sig.), no sin cierto grado de razón en algunos casos, por el presente al menos, aunque él mismo admite que en esta línea de evidencias la obra de Paley tomada en conjunto es inexpugnable.
Mucho se ha escrito con respecto al objeto de esta historia. Ciertamente, los actos de los apóstoles están sólo parcialmente registrados en este libro. Pero por este título el historiador no es responsable. Si nos situamos entre los dos extremos, el de suponer que la obra carece por completo de plan, y el de que está diseñada sobre un plan completo y elaborado, estaremos probablemente tan cerca de la verdad como es necesario, si tomamos el diseño como una crónica de la difusión del cristianismo y el surgimiento de la iglesia cristiana, primeramente entre los judíos de Palestina, asiento de la antigua fe, y luego entre los gentiles alrededor, con Antioquía como centro, hasta que finalmente se extiende hasta la Roma imperial, preanunciando su triunfo universal. Viéndolo así, no hay dificultad en explicar el lugar casi exclusivo que da este libro a las labores de Pedro en primer término y la completa desaparición tanto de él como del resto de los Once, después de que surge en el escenario el gran Apóstol de los Gentiles, como las luces menores al surgir la luminaria mayor.


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Cartas Paulinas Romanos


LA EPISTOLA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS
INTRODUCCION
LA AUTENTICIDAD de la Epístola a los Romanos nunca fué puesta en duda. Goza del testimonio no interrumpido de toda la antigüedad, hasta Clemente, uno de los colaboradores del apóstol "cuyos nombres están en el libro de la vida" (Phi_4:3), el cual la cita en su indubitable Epístola a los Corintios, escrita hacia los fines del siglo primero. Las investigaciones más escudriñadoras de la crítica moderna la handejado intacta.
Cuándo y dónde fué redactada la Epístola tenemos los medios de determinar con grande precisión, de la Epístola misma al ser cotejada con los Hechos de los Apóstoles. Hasta la fecha de su redacción el Apóstol nunca había estado en Roma (cap. 1:11, 13, 15). El estaba entonces en vísperas de su visita a Jerusalén, a donde llevaría subsidios a los cristianos pobres, de parte de las iglesias de Macedonia y Acaya, después de la cual pensaba hacer una visita a Roma de paso para España (Act_15:23-28). Bien, este socorro sabemos que lo llevó consigo desde Corinto, al fin de su tercera visita a dicha ciudad, que había durado tres meses (Act_20:2-3; Act_24:17). En esta ocasión le acompañaban desde Corinto ciertas personas, cuyos nombres nos ha dado el historiador de los Hechos (Act_20:4), y cuatro de éstos están mencionados en nuestra Epístola como acompañantes del apóstol cuando la escribió: Timoteo, Sosipater, Gayo, y Erasto (cap. 16:21, 23). De estos cuatro, el tercero, Gayo, era habitante de Corinto (1Co_1:14), y el cuarto, Erasto, era "tesorero de la ciudad" (cap. 16:23), la que apenas se puede tener por otra que Corinto. Finalmente, Febe, quien aparentemente fué la portadora de esta Epístola, era diaconisa de la iglesia de Cencreas, el puerto oriental de Corinto (cap. 16:1). Juntando estos datos, es imposible resistir al convencimiento, en el que concuerdan todos los críticos, de que Corinto era el sitio de donde fué escrita la Epístola, y de que fué despachada hacia fines de la visita arriba mencionada, probablemente a principios de la primavera del año 58.
El FUNDADOR de esta célebre iglesia es desconocido. El que debiera su origen al apóstol Pedro, y que él fuera su primer obispo, aunque lo pretende una antigua tradición y lo enseña la iglesia de Roma como un hecho indubitable, está refutado por la más clara evidencia y es idea abandonada también por romanistas sinceros. En tal suposición, ¿cómo hemos de explicar el que circunstancia tan importante la pase en silencio el historiador de los Hechos, no sólo en la narración de las labores de Pedro, sino también en la de la llegada de Pablo a la Metrópoli, y en la de la deputación de "hermanos" romanos que fueron hasta la plaza de Apio y Las Tres Tabernas al encuentro de él, y en la de sus dos años de labores en Roma? ¿Y cómo, consecuentemente con su principio declarado de no edificar sobre fundamento ajeno (cap. 15:20), podía él expresar su ardiente deseo de ir hasta ellos, para tener algún fruto entre ellos también, así como entre otros gentiles (cap. 1:13), si todo el tiempo sabía que ellos tenían por padre espiritual al apóstol de la circuncisión? ¿Y cómo, en aquel supuesto, es que no hay salutaciones para Pedro entre las muchas que hay en esta Epístola? O si se puede pensar que se sabía que Pedro estaba en otra parte en aquel tiempo dado, ¿cómo es que en todas las epístolas que nuestro apóstol escribió después desde Roma no aparece ni una sola alusión a tal origen de la Iglesia Romana? Las mismas consideraciones parecerían probar que esta iglesia no debía su origen a ningún obrero cristiano prominente; y esto nos trae a la muy debatida cuestión:
¿Para QUE CLASE de cristianos fué destinada principalmente: judaicos o gentiles? Que residía en Roma a esta sazón gran número de judíos y de prosélitos judaicos, es bien sabido por todos los conocedores de los escritores clasicos y judíos de aquel tiempo y de periodos subsecuentes inmediatos; y que los que de ellos estuvieron en Jerusalén el día de Pentecostés (Act_2:10), y probablemente formaron parte de los tres mil en aquel día convertidos, llevarían consigo a su regreso a Roma las buenas nuevas, no puede haber duda. Ni faltan indicaciones de que algunos de los incluídos en las salutaciones de esta Epístola ya eran cristianos de larga actuación, si bien no eran de los primeros convertidos a la fe cristiana. Aun otros que habían conocido al apóstol en otra parte y que, si no le debían a él su primer conocimiento de Cristo, probablemente habían sido objeto de sus ministraciones, parecen haberse encargado del deber de alentar y consolidar la obra del Señor en la capital. Así que no es improbable que hasta la fecha de la llegada del apóstol la comunidad cristiana de Roma dependiera de agentes subordinados para el aumento de sus miembros, ayudada por las visitas ocasionales de predicadores determinados de las provincias; y acaso se puede conjeturar, por las salutaciones del último capítulo, que hasta aquel entonces estaba la iglesia en una condición menos organizada, pero no en una condición menos floreciente que algunas de las demás iglesias a las que el apóstol ya había dirigido sus epístolas. Cierto es que el apóstol les escribe expresamente como a iglesia gentílica (cap,Act_1:13, Act_1:15; Act_15:15-16); y aunque está claro que había cristianos judíos entre ellos, y todo el argumento presupone un íntimo conocimiento de parte de los lectores de los principios destacados del Antiguo Testamento, esto fácilmente se explicará suponiendo que la mayor parte de ellos, antes de conocer al Señor, habían sido gentiles prosélitos de la fe judaica y habían entrado al círculo de la iglesia cristiana por la puerta de la antigua dispensación.
Resta solamente hablar brevemente del PLAN y del CARACTER de esta epístola. De todas las Epístolas que sin duda alguna fueron escritas por nuestro apóstol, ésta es la más completa, y al mismo tiempo la más brillante. Tiene tanto en común con un tratado teológico, como posee el calor y la familiaridad de una carta verdadera. Refiriéndonos a los encabezamientos que hemos puesto a las secciones sucesivas, para exhibir mejor el progreso del argumento y la interrelación de sus varios puntos, aquí solamente notamos que su primer gran tema es lo que se puede denominar la relación legal del hombre para con Dios, como violador de su santa ley, esté ella meramente escrita en el corazón, como en el caso del pagano, o sea conocida además, como en el caso del Pueblo Escogido, por la revelación externa; luego trata de la relación legal como completamente revocada por medio de una conexión de fe en el Señor Jesucristo; y su tercero y último tema grande es la vida nueva, que acompaña a este cambio de relaciones que envuelve a la vez una bienaventuranza y una consagración a Dios que, rudimentariamente completas ya, se abrirán en el mundo futuro para gozar de una comunión inmediata e inmarcesible con Dios. La influencia de estas maravillosas verdades en la condición y el destino del Pueblo Escogido, punto que trata el apóstol a continuación, aunque no parezca la aplicación práctica de ellas a sus parientes según la carne, es en ciertos respectos la parte más profunda y más difícil de toda la Epistola, la cual nos lleva directamente a las eternas fuentes de la Gracia para el culpable, en el soberano amor e inescrutables propósitos de Dios; después de lo cual, con todo, se retorna a la plataforma histórica de la iglesia visible, en el llamamiento de los gentiles, la preservación del fiel remanente israelita en medio de la incredulidad general y la caída de las naciones, y el restablecimiento final de Israel para constituir, junto con los gentiles en el postrer día, una iglesia universal de Dios sobre la tierra. El resto de la Epístola se dedica a varios temas prácticos, concluyendo con salutaciones y expresiones sugestivas de un corazón bueno.



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Cartas Paulinas I Corintios


LA PRIMERA EPISTOLA DEL APOSTOL PABLO A LOS CORINTIOS
INTRODUCCION
LA AUTENTICIDAD de esta epístola está atestada por Clemente de Roma (Ep. a Corintios c. 47), por Policarpo (Ep. a Filipenses, c. 11), y por Ireneo (Adversus Haeres, 4. 27. 3). La ciudad a la que fue enviada era famosa por su opulencia y su comercio, los cuales se debían principalmente a su situación entre el mar Jónico y el Egeo sobre el istmo que conectaba el Peloponeso con la Grecia. En los días del apóstol Pablo, Corinto era la capital de la provincia de Acaya y la sede del procónsul romano (Act_18:12). Su estado moral era notorio por su libertinaje, aun en el degenerado mundo gentil; de modo que "corintianizar" era una expresión proverbial sinónima con "practicar la lujuria;" por esta razón se hallaba en peligro la pureza de la iglesia cristiana de Corinto. Dicha iglesia fué fundada por Pablo en su primer visita (Act_18:1-17).
El apóstol Pablo había sido el instrumento para la conversión de muchos gentiles (Hechos cap. 12:2), y de algunos judíos (Act_18:8), a pesar de la vehemente oposición que había entre sus mismos connacionales (Act_18:5-6), durante el año y medio de su permanencia allí. Los convertidos eran principalmente de las clases humildes (cap. 1:26, etc.). Crispo (cap. 1:14; Act_18:8), Erasto y Gayo (Cayo) eran, sin embargo, hombres de rango (Rom_16:23). Una variedad de clases se sugiere también en el cap. 11:22. El peligro de ser contaminados por el contacto con la corrupción social del medio en que vivían, y la tentación de aceptar la filosofía y la retórica griegas (que la elocuencia de Apolos acaso tendería a fomentar, Act_18:24, etc.) en contraste con la sencilla predicación paulina del Cristo crucificado (cap. 2:1, etc.), así como la oposición al apóstol mismo de parte de ciertos maestros, naturalmente le causarían ansiedad. Emisarios de los judaizantes de Palestina se jactaban de poseer "cartas de recomendación" de Jerusalén, la metrópoli de la fe. Estos ciertamente no insistían en la circuncisión en la refinada Corinto, donde tal tentativa hubiera sido inútil, aunque sí habían insistido entre la gente más humilde de Galacia; pero atacaron la autoridad de Pablo (cap. 9:1, 2; 2Co_10:1, 2Co_10:7-8), declarándose algunos de ellos ser discípulos de Cefas, el apóstol principal, y jactándose otros de pertenecer a Cristo mismo (cap. 1:12; 2Co_10:7), mientras que arrogantemente repudiaban toda enseñanza subordinada. Dichas personas publicaban que ellos eran apóstoles (2Co_11:5, 2Co_11:13). Su oposición a Pablo la basaba en que él no era uno de los doce, ni testigo ocular de los hechos evangélicos, y que no se atrevía a demandar el sostén de parte de la iglesia cristiana para probar su apostolado. Otro grupo de ellos se decían ser seguidores de Pablo mismo, pero lo hacían en un espíritu de partidarismo, exaltando al ministro antes que a Cristo. Los seguidores de Apolos, de su parte, estimaban en demasía su erudición y elocuencia alejandrinas en desprecio del apóstol, quien evitaba estudiosamente toda desviación de la sencillez cristiana (cap. 2:1-5). Entre algunos de este partido filosófico es posible que se haya originado la tendencia antinomiana que defendía teóricamente su propia inmoralidad. De aquí pues, que negaran la resurrección futura, y adoptaran el lema epicúreo prevaleciente en la pagana Corinto: "Comamos y bebamos, que mañana morimos" (cap. 15:32). Fue por esto, tal vez, que se toleró la práctica incestuosa con su madrastra, durante la vida de su padre, de uno que era considerado como miembro del cuerpo cristiano. La familia de Cloé informó a Pablo de otros muchos males: tales como las contenciones, desaveniencias, y pleitos contra hermanos en los tribunales paganos, de parte de cristianos profesos; el abuso de sus dones espirituales en ocasiones de ostentación y de fanatismo; la interrupción del culto público por ministraciones simultáneas e informales, y la violación del decoro por mujeres que hablaban con la cabeza descubierta (contrariamente al uso oriental), usurpándose así el oficio del hombre, y aun la profanación de la santa cena del Señor por la voracidad y orgías de parte de los que participaban. Otros mensajeros también, venidos de Corinto, le habían consultado con respecto a: (1) la controversia en cuanto a la carne ofrecida a ídolos; (2) las disputas acerca del celibato y el matrimonio; (3) el ejercicio debido de los dones espirituales en el culto público; (4) el mejor modo de hacer la colecta que él había pedido para los santos de Jerusalén (cap. 16:1, etc.). Tales fueron las circunstancias que evocaron la Primera Epístola a los Corintios, la más variada de todas las epístolas en cuanto a sus temas.
Por el cap. 5:9, "Os he escrito por carta, que no os envolváis con los fornicarios," se infiere que Pablo había escrito una carta previa a los corintios (ahora perdida). Probablemente en ella también les había pedido que hiciesen una contribución a favor de los cristianos pobres de Jerusalén, y parece que le habían pedido que les indicara el mejor modo de hacerlo, a lo que Pablo contesta en esta epístola (cap. 16:2). En ella también anunciaría su intención de visitarles al pasar por allí, en viaje para Macedonia, y de nuevo a su retorno (2Co_1:15-16). Estos planes los cambió al enterarse del informe desfavorable de la familia de Cloé (cap. 16:5-7), por lo cual fué acusado de inconstancia (2Co_1:17). En la primera epístola que nosotros tenemos, está aludido el tema de la fornicación en manera sumaria solamente, como si estuviera respondiendo a alguna excusa presentada por los corintios, después de una reprensión hecha al respecto, más bien que introduciéndolo por vez primera. [Alford.] Antes de escribir esta carta, parece haber hecho una segunda visita a Corinto. Porque en 2Co_12:4; 2Co_13:1, habla de su intención de hacerles una tercera visita, infiriendo que ya les había hecho dos. Véanse también notas sobre 2Co_2:1; 2Co_13:2; también 2Co_1:15-16. Es apenas probable que durante sus tres años de estada en Efeso hubiese dejado de visitar a sus convertidos corintios, ya que fácilmente podía hacerlo por mar, pues había constante intercomunicación marítima entre las dos ciudades. La segunda visita fué probablemente breve (comp. cap. 16:7); y acompañada de pena y humillación (2Co_2:1; 2Co_12:21), motivadas por la conducta escandalosa de tantos de sus propios convertidos. Como sus censuras blandas habían fracasado en su intento de producir una reformación, les escribió brevemente amonestándolos para "que no se envolviesen con los fornicarios." Por cuanto ellos comprendieron mal este mandamiento, lo explicó más plenamente en esta segunda epístola, que es la primera de las dos aun existentes (cap. 5:9, 12). El que la segunda visita no se mencione en los Hechos no es una objeción a que la misma se efectuara, puesto que dicho libro es fragmentario y omite otros eventos importantes de la vida de Pablo; por jemplo, su visita a Arabia, y a Cilicia (Gal_1:17-21).
EL LUGAR de redacción se fija con acierto en Efeso (cap. 16:8). La addenda de nuestra versión que dice que "Fué enviada de Filipos …", no tiene autoridad alguna, y probablemente se debió a una traducción equivocada del cap. 16:5: "Porque por Macedonia estoy pasando." Al tiempo de la redacción de esta carta, Pablo da a entender (cap. 16:8) que pensaba dejar a Efeso después del Pentecostés de aquel año. Y en realidad salió de allí para esa fecha (del año 57 d. de C) Comp. Act_19:20. La alusión a la pascua en conexión con nuestra pascua cristiana (cap. 5:7), nos hace creer que fue probablemente en dicha estación. Así pues, la fecha de la epístola queda fijada con bastante exactitud, cerca de la pascua, ciertamente antes del Pentecostés, en el tercer año de su residencia en Efeso, o sea el año 57 d. de C. Para otros argumentos, véase Conybeare y Howson, Vida y Epístolas de San Pablo.
La epístola está escrita en el nombre de Sóstenes "el hermano." Birks supone que éste es el mismo Sóstenes de Act_18:17, quien, él piensa, fué convertido después de aquella ocasión. No tiene parte alguna en la epístola misma, pues el apóstol pronto sigue (cap. 1:4) usando la primera persona del singular: así se introduce a Timoteo también en 2Co_1:1. Los portadores de la epístola eran probablemente Estéfanas, Fortunato, y Acaico, a quienes menciona en el cap. 16:17, 18, como quienes estaban con él, pero sugiere que están por volver a Corinto, por lo cual los encomienda a la consideración de los corintios.


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