INTRODUCCION
Este libro es a
los Evangelios lo que es el fruto a la planta que lo lleva. En los Evangelios
vemos el grano de trigo que cae en la tierra y muere: en los Hechos lo vemos
llevando mucho fruto (Joh_12:24). En aquéllos vemos a Cristo comprando a
la iglesia con su propia sangre: aquí vemos a la iglesia así comprada surgiendo
a una existencia real, primero entre los judíos de Palestina y luego entre los
gentiles del rededor, hasta que gana una base en la gran capital del mundo
antiguo, marchando majestuosamente de Jerusalén a Roma. Este libro no es menos
valioso como una introducción a las Epístolas que le siguen que como una
secuela a los Evangelios que le preceden. Porque sin esta historia, las
Epístolas del Nuevo Testamento, presuponiendo, como lo hacen, las
circunstancias históricas de aquellos a quienes van dirigidas, y derivando de
éstas tal caudal de su frescura, intento y fuerza, no podrían de manera alguna
ser lo que son ahora, y en numerosos pasajes serían apenas inteligibles.
La legitimidad,
autenticidad y autoridad canónica de este libro, nunca fueron puestas en duda
dentro de la Iglesia primitiva. Tiene su lugar inmediatamente después de los
Evangelios en los catalogos de los "Homologoúmena", o los
libros universalmente reconocidos del Nuevo Testamento (véase la introducción a
Comentary on the Bible, by Jamieson, Fausset & Brown, Vol. V, págs.
4, 5). Es verdad que fué rechazado por ciertas sectas heréticas en el segundo y
tercer siglos, y por los ebionitas, los severianos (véase Eusebio, Historia
Eclesiástica, 4:29), los marcionitas y los maniqueos; pero el carácter
totalmente burdo de sus objeciones (véase la Introducción arriba referida,
págs. 13, 14), no sólo las priva de todo peso, sino aun más, muestran
indirectamente sobre qué sólidas bases la Iglesia Cristiana había procedido
todo el tiempo al reconocer este libro.
En nuestros
días, sin embargo, su autenticidad, como la de los principales libros del Nuevo
Testamento, ha sido objeto de aguda y prolongada controversia en Alemania.
Primeramente, De Wette, mientras que admite que Lucas es el autor de todo el
libro, declara que la primera parte del mismo ha sido tomada de fuentes no
dignas de confianza (Einleitung, 2a y 2c). Pero la escuela de Tubingen,
con Baur al frente, ha ido mucho más lejos. Como esta escuela no puede ni aun
pretender que su fantástica teoría de la fecha postjuanina de los Evangelios
sea escuchada, entre tanto que la autenticidad de los Hechos de los Apóstoles
permanezca inconmovible, ellos sostienen que puede mostrarse que la primera
parte de esta obra no merece crédito, mientras que la segunda parte está en
abierta contradicción con la Epístola a Los Gálatas, la cual esta escuela reputa
inexpugnable, y lleva en sí evidencias internas de ser una planeada
tergiversación de los hechos, con el propósito de establecer el carácter
universal que Pablo dió al cristianismo en oposición al estrecho pero original
carácter judaico del mismo que Pedro predicó, y que, después de la muerte de
los apóstoles, fué sostenido exclusivamente por la secta de los ebionitas. Es
doloroso pensar que un hombre como Baur, tan recientemente fallecido, haya
gastado tantos años y, ayudado por ilustres y perspicaces discípulos en
diferentes partes del argumento, haya empleado tanto conocimiento,
investigación e inventiva intentando elaborar una hipótesis con respecto al
origen de los principales libros del Nuevo Testamento, hipótesis que viola
todos los principios de sobria crítica y legítima evidencia. Como escuela, a la
larga, este grupo se disgregó: su cabeza, después de vivir lo suficiente para
verse el único defensor de la teoría como un todo, dejó este escenario terrenal
quejándose de la deserción; mientras que algunos de sus asociados han
abandonado tan crueles estudios por las más congeniales tareas de la filosofía,
y otros han modificado sus ataques contra la veracidad histórica de las
crónicas del Nuevo Testamento, retirándose a posiciones a las que no vale la pena
seguirlos, mientras que todavía otros han estado aproximándose gradualmente a
los sanos principios. La única compensación por todo este daño es la rica
adición a la literatura apologética y crítica de los libros del Nuevo
Testamento y de la historia más temprana de la Iglesia Cristiana, que ha
provenido de las plumas de Thiersch, Ebrard y muchos otros. Cualquier alusión
que tengamos que hacer a las afirmaciones de esta escuela, será hecha en
conexión con los pasajes a los cuales ellas se relacionen en Hechos, Primera de
Corintios y Gálatas.
La relación que
hay entre este libro y el tercer Evangelio, siendo éste simplemente la
continuación del otro, y escritos ambos por el mismo autor, y la notable
similaridad que distingue el estilo de ambas producciones no dejan lugar a
dudas de que la iglesia primitiva estaba en lo cierto al atribuirlos con
unánime consentimiento a Lucas. La dificultad que algunos críticos fastidiosos
han creado acerca de los orígenes de la primera parte de la historia, no tienen
base sólida. Que el historiador mismo fuera testigo presencial de las primeras
escenas, como deduce Hug por la circunstancialidad de la narración, es
completamente improbable; pero había centenares de testigos que habían
presenciado en su totalidad algunas de las escenas, y lo suficiente de todas
las demás, para dar al historiador, en parte oralmente y en parte por
testimonio escrito, todos los detalles que él tan gráficamente ha incorporado
en su historia; y se comprobará por el comentario, así confiamos, que las quejas
de De Wette de que existan en esta parte confusión, contradicción y error, son
sin fundamento. El mismo crítico, y uno o dos más, atribuirían a Timoteo
aquellas últimas partes del libro en las que el historiador habla en la primera
persona del plural, suponiendo que Timoteo tomó notas de todo lo que pasaba
ante sus propios ojos, lo cual Lucas incluyó en su historia tal cual estaba. Es
imposible aquí refutar en detalle esta infundada hipótesis, pero el lector lo
hallará refutado por Ebrard (Gospel History, sec. 110, traducción de
Clark; sec. 127 de la obra original, 1850) y por Davidson (Introduction to
the New Testament, Vol. II, págs. 9-21).
Las espontáneas
coincidencias entre esta historia y las Epístolas apostólicas han sido traídas
a la luz y usadas con sin igual éxito como un argumento en favor de la
veracidad de los hechos así declarados, por Paley en su Horae Paulinae,
a la que Birks ha hecho un número de ingeniosas adiciones en su Horae
Apostolicae. Algunas de éstas han sido objetadas por Jowett (St. Paul's
Epistles, Vol. I, págs. 108 sig.), no sin cierto grado de razón en algunos
casos, por el presente al menos, aunque él mismo admite que en esta línea de
evidencias la obra de Paley tomada en conjunto es inexpugnable.
Mucho se ha
escrito con respecto al objeto de esta historia. Ciertamente, los actos de los
apóstoles están sólo parcialmente registrados en este libro. Pero por este
título el historiador no es responsable. Si nos situamos entre los dos
extremos, el de suponer que la obra carece por completo de plan, y el de que
está diseñada sobre un plan completo y elaborado, estaremos probablemente tan
cerca de la verdad como es necesario, si tomamos el diseño como una crónica de
la difusión del cristianismo y el surgimiento de la iglesia cristiana,
primeramente entre los judíos de Palestina, asiento de la antigua fe, y luego
entre los gentiles alrededor, con Antioquía como centro, hasta que finalmente
se extiende hasta la Roma imperial, preanunciando su triunfo universal.
Viéndolo así, no hay dificultad en explicar el lugar casi exclusivo que da este
libro a las labores de Pedro en primer término y la completa desaparición tanto
de él como del resto de los Once, después de que surge en el escenario el gran
Apóstol de los Gentiles, como las luces menores al surgir la luminaria mayor.
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