INTRODUCCION
LA AUTENTICIDAD
de la Epístola a los Romanos nunca fué puesta en duda. Goza del testimonio no
interrumpido de toda la antigüedad, hasta Clemente, uno de los colaboradores
del apóstol "cuyos nombres están en el libro de la vida" (Phi_4:3),
el cual la cita en su indubitable Epístola a los Corintios, escrita hacia los
fines del siglo primero. Las investigaciones más escudriñadoras de la crítica
moderna la handejado intacta.
Cuándo y dónde
fué redactada la Epístola tenemos los medios de determinar con grande
precisión, de la Epístola misma al ser cotejada con los Hechos de los
Apóstoles. Hasta la fecha de su redacción el Apóstol nunca había estado en Roma
(cap. 1:11, 13, 15). El estaba entonces en vísperas de su visita a Jerusalén, a
donde llevaría subsidios a los cristianos pobres, de parte de las iglesias de
Macedonia y Acaya, después de la cual pensaba hacer una visita a Roma de paso
para España (Act_15:23-28). Bien, este socorro sabemos que lo llevó
consigo desde Corinto, al fin de su tercera visita a dicha ciudad, que había
durado tres meses (Act_20:2-3; Act_24:17). En esta ocasión le
acompañaban desde Corinto ciertas personas, cuyos nombres nos ha dado el
historiador de los Hechos (Act_20:4), y cuatro de éstos están
mencionados en nuestra Epístola como acompañantes del apóstol cuando la
escribió: Timoteo, Sosipater, Gayo, y Erasto (cap. 16:21, 23). De estos cuatro,
el tercero, Gayo, era habitante de Corinto (1Co_1:14), y el cuarto,
Erasto, era "tesorero de la ciudad" (cap. 16:23), la que apenas se
puede tener por otra que Corinto. Finalmente, Febe, quien aparentemente fué la
portadora de esta Epístola, era diaconisa de la iglesia de Cencreas, el puerto
oriental de Corinto (cap. 16:1). Juntando estos datos, es imposible resistir al
convencimiento, en el que concuerdan todos los críticos, de que Corinto era el
sitio de donde fué escrita la Epístola, y de que fué despachada hacia fines de
la visita arriba mencionada, probablemente a principios de la primavera del año
58.
El FUNDADOR de
esta célebre iglesia es desconocido. El que debiera su origen al apóstol Pedro,
y que él fuera su primer obispo, aunque lo pretende una antigua tradición y lo
enseña la iglesia de Roma como un hecho indubitable, está refutado por la más
clara evidencia y es idea abandonada también por romanistas sinceros. En tal
suposición, ¿cómo hemos de explicar el que circunstancia tan importante la pase
en silencio el historiador de los Hechos, no sólo en la narración de las
labores de Pedro, sino también en la de la llegada de Pablo a la Metrópoli, y
en la de la deputación de "hermanos" romanos que fueron hasta la
plaza de Apio y Las Tres Tabernas al encuentro de él, y en la de sus dos años
de labores en Roma? ¿Y cómo, consecuentemente con su principio declarado de no
edificar sobre fundamento ajeno (cap. 15:20), podía él expresar su ardiente
deseo de ir hasta ellos, para tener algún fruto entre ellos también, así como
entre otros gentiles (cap. 1:13), si todo el tiempo sabía que ellos tenían por
padre espiritual al apóstol de la circuncisión? ¿Y cómo, en aquel supuesto, es
que no hay salutaciones para Pedro entre las muchas que hay en esta Epístola? O
si se puede pensar que se sabía que Pedro estaba en otra parte en aquel tiempo
dado, ¿cómo es que en todas las epístolas que nuestro apóstol escribió después
desde Roma no aparece ni una sola alusión a tal origen de la Iglesia Romana?
Las mismas consideraciones parecerían probar que esta iglesia no debía su
origen a ningún obrero cristiano prominente; y esto nos trae a la muy debatida
cuestión:
¿Para QUE CLASE
de cristianos fué destinada principalmente: judaicos o gentiles? Que residía en
Roma a esta sazón gran número de judíos y de prosélitos judaicos, es bien
sabido por todos los conocedores de los escritores clasicos y judíos de aquel
tiempo y de periodos subsecuentes inmediatos; y que los que de ellos estuvieron
en Jerusalén el día de Pentecostés (Act_2:10), y probablemente formaron
parte de los tres mil en aquel día convertidos, llevarían consigo a su regreso
a Roma las buenas nuevas, no puede haber duda. Ni faltan indicaciones de que
algunos de los incluídos en las salutaciones de esta Epístola ya eran cristianos
de larga actuación, si bien no eran de los primeros convertidos a la fe
cristiana. Aun otros que habían conocido al apóstol en otra parte y que, si no
le debían a él su primer conocimiento de Cristo, probablemente habían sido
objeto de sus ministraciones, parecen haberse encargado del deber de alentar y
consolidar la obra del Señor en la capital. Así que no es improbable que hasta
la fecha de la llegada del apóstol la comunidad cristiana de Roma dependiera de
agentes subordinados para el aumento de sus miembros, ayudada por las visitas
ocasionales de predicadores determinados de las provincias; y acaso se puede
conjeturar, por las salutaciones del último capítulo, que hasta aquel entonces
estaba la iglesia en una condición menos organizada, pero no en una condición
menos floreciente que algunas de las demás iglesias a las que el apóstol ya
había dirigido sus epístolas. Cierto es que el apóstol les escribe expresamente
como a iglesia gentílica (cap,Act_1:13, Act_1:15; Act_15:15-16);
y aunque está claro que había cristianos judíos entre ellos, y todo el
argumento presupone un íntimo conocimiento de parte de los lectores de los
principios destacados del Antiguo Testamento, esto fácilmente se explicará
suponiendo que la mayor parte de ellos, antes de conocer al Señor, habían sido
gentiles prosélitos de la fe judaica y habían entrado al círculo de la iglesia
cristiana por la puerta de la antigua dispensación.
Resta solamente
hablar brevemente del PLAN y del CARACTER de esta epístola. De todas las
Epístolas que sin duda alguna fueron escritas por nuestro apóstol, ésta es la
más completa, y al mismo tiempo la más brillante. Tiene tanto en común con un
tratado teológico, como posee el calor y la familiaridad de una carta
verdadera. Refiriéndonos a los encabezamientos que hemos puesto a las secciones
sucesivas, para exhibir mejor el progreso del argumento y la interrelación de
sus varios puntos, aquí solamente notamos que su primer gran tema es lo que se
puede denominar la relación legal del hombre para con Dios, como
violador de su santa ley, esté ella meramente escrita en el corazón, como en el
caso del pagano, o sea conocida además, como en el caso del Pueblo Escogido,
por la revelación externa; luego trata de la relación legal como completamente revocada
por medio de una conexión de fe en el Señor Jesucristo; y su tercero y último
tema grande es la vida nueva, que acompaña a este cambio de relaciones
que envuelve a la vez una bienaventuranza y una consagración a Dios que,
rudimentariamente completas ya, se abrirán en el mundo futuro para gozar de una
comunión inmediata e inmarcesible con Dios. La influencia de estas maravillosas
verdades en la condición y el destino del Pueblo Escogido, punto que trata el
apóstol a continuación, aunque no parezca la aplicación práctica de ellas a sus
parientes según la carne, es en ciertos respectos la parte más profunda y más
difícil de toda la Epistola, la cual nos lleva directamente a las eternas
fuentes de la Gracia para el culpable, en el soberano amor e inescrutables
propósitos de Dios; después de lo cual, con todo, se retorna a la plataforma
histórica de la iglesia visible, en el llamamiento de los gentiles, la
preservación del fiel remanente israelita en medio de la incredulidad general y
la caída de las naciones, y el restablecimiento final de Israel para
constituir, junto con los gentiles en el postrer día, una iglesia universal de
Dios sobre la tierra. El resto de la Epístola se dedica a varios temas
prácticos, concluyendo con salutaciones y expresiones sugestivas de un corazón
bueno.
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