INTRODUCCION
AUTENTICIDAD.—El
autor se llama a sí mismo Juan (1:1, 4, 9; 22:8). Justino Mártir (Diálogo
p. 308; años 139-161) cita el Apocalipsis como obra del apóstol Juan, la
profecía del milenio de los santos, a ser seguido por la resurrección general y
el juicio. Este testimonio de Justino es referido también por Eusebio (Historia
Eclesiástica, 4:18). Justino, en la primera mitad del siglo dos, tuvo una
controversia con Trifón, judío erudito, en Efeso, donde Juan había
vivido hacía unos treinta o treinta y cinco años; él dice que la
"revelación había sido dada a Juan, uno de los doce apóstoles de
Cristo." Melito, obispo de Sardis (alrededor del año 171), una de
las "siete iglesias", y así sucesor de uno de los "siete
ángeles", escribió, dice Eusebio (Historia Eclesiástica, 4:26),
tratados sobre el Apocalipsis de Juan. El testimonio del obispo de
Sardis es tanto más imparcial cuanto dicha iglesia fué una de las más
severamente reprochadas (3:1). Así también Teófilo de Antioquía (como año 180),
según Eusebio (4:26), citó testimonios del Apocalipsis de Juan. Eusebio dice lo
mismo de Apolonio, quien vivió en Asia Menor al fin del segundo siglo. Ireneo
(como 180 después de Cristo), oyente de Policarpo, el discípulo de Juan y el
supuesto ángel de la Iglesia de Esmirna (según el arzobispo Usher), cita
repetidas veces el Apocalipsis lo más decididamente como la obra del apóstol
Juan (Haereses 4., 20:11; 4., 21. 3; 4., 30, 4; 5., 36.1; 5., 30.3; 5.,
35.2). En 5., 30.1, aludiendo al número místico de la bestia (13:18), hallado
en todas las copias antiguas, dice: "No aventuramos una teoría confidente
tocante al nombre del Anticristo; porque si hubiese sido necesario que su
nombre fuese proclamado abiertamente en la actualidad, hubiera sido declarado
por aquel que vió la visión apocalíptica; porque fué vista no hace tanto
tiempo atrás, sino casi en nuestra generación, hacia fines del reinado de
Domiciano". En su obra contra herejías, publicada diez años
después del martirio de Policarpo, cita el Apocalipsis veinte veces, y hace
largos extractos de él como de Escritura inspirada. Estos testimonios de
personas contemporáneas con los sucesos inmediatos de Juan, y más o menos
vinculadas con la región de las siete iglesias a las que se dirigió el Apocalipsis,
son lo más convincentes. Tertuliano, del norte de Africa (como el año 220), Adversus
Marción 3. 14, cita la descripción por Juan en el Apocalipsis de la espada
que salía de la boca del Señor (19:15) y, 3. 24, la ciudad santa (cap. 20). Comp.
De Resurrectione 27; De Anima 8, 9, etc.; De Praescriptione
Haereticorum 33. El fragmento de Muratori del canon (como el año 200), hace
saber que Juan escribió a las siete iglesias. Hipólito, obispo de Ostia, cerca
de Roma (como año 240), De Antichristo, p. 67, cita el 17:1-18 como la
escritura del apóstol Juan. Entre las obras de Hipólito, está especificado en
el catálogo sobre su estatua, un tratado "sobre el Apocalipsis y el
Evangelio según Juan". Clemente de Alejandría (como año 200), Stromata
6:13, alude a los veinticuatro tronos donde están sentados los ancianos
mencionados por Juan en el Apocalipsis (4:5); también en Quis Dives Salvus,
sec. 42, menciona el retorno de Juan de Patmos a Efeso después de la muerte
del tirano romano. Orígenes (como 233), Comentario de Mateo, en Eusebio
(Historia Eclesiástica 6. 25), menciona a Juan como autor del
Apocalipsis, sin expresar duda alguna acerca de su autenticidad; también en
dicho Comentario, 16. 6, cita el 1:9, y dice: "Parece que Juan ha
visto el Apocalipsis en la isla de Patmos". Victorino, obispo de Petau de
Panonia, quien sufrió el martirio bajo Diocleciano en el año 303, escribió el
primer comentario actualmente en existencia sobre el Apocalipsis. Aunque la antigua
versión siríaca (Peschito) no contiene dicho libro, sin embargo Efrem Ciro
(como 378) cita frecuentemente el Apocalipsis como cánónico, y lo atribuye a
Juan.
Su canonicidad
e inspiración (según un escolio de Andreas de Capadocia) están atestiguadas por
Papias, oyente de Juan y compañero de Policarpo. Papias era obispo de
Hierápolis, cerca de Laodicea, una de las siete iglesias. Conjetura
Wordsworth que un sentimiento de vergüenza, a causa de las reprensiones en el
Apocalipsis para con Laodicea, puede haber obrado sobre el Concilio de Laodicea,
de modo que omitiera el Apocalipsis de la lista de libros de lectura pública.
La Epístola de las iglesias de Lyons y Viena a las iglesias de Asia y Frigia
(en Eusebio, Historia Eclesiástica 5. 1-3), durante la persecución bajo
Marco Aurelio, año 77, cita el 1:5; 3:14; 14:4, y 22:11, por Escritura.
Cipriano (como 250) también cita el 2:5 como Escritura, así como el 3:21, como
de la misma autoridad que el Evangelio. (Para otros ejemplos, véase Prolegómenos
de Alford, de quien se derivó mayormente este resumen de evidencias.) Atanasio,
en su Epístola Festival, enumera el Apocalipsis entre las Escrituras canónicas,
a las que nadie debe agregar ni quitar. Jerónimo (en Epístola ad Paulinum)
incluye el Apocalipsis en el canon, y dice: "Tiene tantos misterios como
palabras. Faltan las palabras para alabar sus méritos. En cada una de sus
palabras se disimulan muchos sentidos". De modo que una cadena
ininterrumpida de testimonio desde el período apostólico confirma la
canonicidad y la autenticidad del Apocalipsis de Juan.
Los Alogi
(Epifanio, Haereses, 51) y Cayo el presbítero romano (Ensebio 3. 18),
hacia fines del siglo dos y principios del tercero, rechazaron el Apocalipsis
de Juan por razones meramente capciosas. Cayó, según Jerónimo, De Viris
Illustribus, como el año 210, lo atribuía a Cerinto, por la razón de que
sostenía el reinado milenial sobre la tierra. Dionisio de Alejandría menciona a
muchos anteriores a su tiempo que lo rechazaban por su oscuridad, y porque
parecía sostener el dogma de Cerinto de un reinado terrenal y carnal; por lo
cual lo artibuía a Cerinto. Este Dionisio, discípulo de Orígenes y obispo de
Alejandría (247), admite la inspiración del libro (en Eusebio, Historia
Eclesiástica 7. 10), pero lo atribuye a otro Juan distinto de Juan el
apóstol en base a la diferencia de estilo y carácter, en comparación con el
Evangelio y Epístola de Juan, como también porque el nombre de Juan se menciona
varias veces en el Apocalipsis y siempre se calla en el Evangelio y la
Epístola; además ni hace alusión la Epístola al Apocalipsis, ni el Apocalipsis
a la Epístola; y el estilo no es griego puro, sino que abunda en barbarismos y
solecismos. Ensebio vacila en su opinión (Historia 24. 39) respecto de
si debe o no debe ser clasificado entre las Escrituras de indubitable canonicidad.
Su antipatia hacía la doctrina milenaria le inclinaría inconscientemente en su
opinión del Apocalipsis. Cirilo de Jerusalén (año 386), Catechesis 4.
35, 36, omite el Apocalipsis al enumerar las Escrituras del Nuevo Testamento a
ser leídas así privada como públicamente. "Todo lo que no se lee en las
iglesias, no lo leas tú ni a solas; los apóstoles y antiguos obispos de la
Iglesa que nos las transmitieron eran mucho más sabios que tú". Vemos pues
que en el día de Cirilo no se leía el Apocalipsis en las Iglesias. Sin embargo,
en Catechesis 1. 4 él cita Rev_2:7, Rev_2:17; y en Catecresis
1, 15. 13, saca del 17:11 la declaración profética de que el rey que ha de
humillar a tres reyes (Dan_7:8, Dan_7:20) es el octavo rey.
En caps. 15 y 27 asimismo cita Rev_12:3-4. Alford conjetura que Cirilo
en algún periodo cambió su opinión, y que estas referencias al Apocalipsis
representan faltas de memoria por las que retenía la fraseología que pertenecía
a sus opiniones anteriores, no a las subsecuentes. El 60o canon (si es genuino)
del Concilio de Laodicea de a mediados del siglo cuatro omite el Apocalipsis de
los libros canónicos. La Iglesia Oriental en parte dudaba del Apocalipsis; la
Occidental, después del siglo cinco lo reconocía universalmente. Cirilo de Alejandría,
De Adoratione 146, aunque admite el hecho de que algunos dudaban su
genuinidad, lo acepta él mismo como indubitablemente obra de San Juan. Andreas
de Cesárea, de Capadocia, lo reconoció por genuino y canónico, y escribió el
primer comentario completo y conectado de dicho libro. Los orígenes de la duda
parecen haber sido: (1) el antagonismo de muchos contra el milenismo, expuesto
en él; (2) la oscuridad y el simbolismo que hicieron que no se leyese en las
iglesias y que no se enseñase a los niños. Pero la tradición más primitiva
está inequívocamente en su favor. En una palabra, la evidencia objetiva lo
apoya decididamente; los únicos argumentos en su contra parecen haber sido
subjetivos.
Las notas
personales de Juan ocurren en el 1:1, 4, 9; 22:8. Además, el que el autor se
dirige a las iglesias del Asia Proconsular (2:1) concuerda con la tradición
corriente de que, suelto Juan de su destierro en Patmos, a la muerte de
Domiciano, bajo Nerva residió por mucho tiempo en Efeso, donde murió al fin en
el tiempo de Trajano (Eusebio, Historia 3. 20, 23). Si el Apocalipsis no
fuese la obra inspirada de Juan, significando como significa que es un mensaje
de su superior a las siete iglesias del Asia Proconsular, sin duda hubiera sido
rechazado en aquella región; mientras que los primeros testimonios en dichas
iglesias estuvieron todos a su favor. Una sola persona tenía el derecho de
usar lenguaje de autoridad tal como aquel dirigido a los siete ángeles de las
iglesias—a saber, Juan, como el último apóstol sobreviviente y superintendente
de todas las iglesias. También, concuerda con el modo de Juan de confirmar la
certeza de su testimonio tanto al principio como al fin de su libro (véase el
1:2, 3, y 22:8, con Joh_1:14; Joh_21:24; 1Jo_1:1-2). Otra
vez, concuerda con la opinión de que el escritor era apóstol inspirado
que se dirige a los ángeles, o presidentes de las varias iglesias en el tono de
un superior que se dirige a inferiores. Además, él alaba a la
Iglesia de Efeso por haber juzgado y condenado a "los que se dicen
apóstoles y no lo son", por lo cual expresa su propia prerrogativa
indudable de la inspiración apostólica (1Jo_2:2), declarando en las
siete epístolas la voluntad de Cristo que le fué revelada.
Cuanto a la
diferencia de estilo, en comparación con el Evangelio y la Epístola, la
diferencia de tema en parte la explica; las visiones del vidente,
transportado como estaba más allá de la región de los sentidos, relatadas
propiamente en forma abrupta de expresión, y libres de las reglas gramaticales
que rigen en sus escritos de carácter más calmoso y más pensado. Además, siendo
como era hebreo galileo, Juan, escribiendo una Revelación semejante a las
profecías del Antiguo Testamento, naturalmente volvió al estilo hebraico de
ellos. Alford observa, entre los rasgos de semejanza entre el estilo del
Apocalipsis y el del Evangelio y la Epístola de Juan: (1) el nombre
característico dado a nuestro Señor, peculiar a Juan exclusivamente, "el
Verbo de Dios" (1Jo_19:13, con Joh_1:1; 1Jo_1:1). (2)
la frase "el que vence" (1Jo_2:7, 1Jo_2:11, 1Jo_2:17;
1Jo_3:5, 1Jo_3:12, 1Jo_3:21; 1Jo_12:11; 1Jo_15:2;
1Jo_17:14; 1Jo_21:7, con Joh_16:33; 1Jo_2:13-14; 1Jo_4:4;
1Jo_5:4-5). (3) El término griego (alethinos) por
"verdadero", en contraposición a lo que es oscuro e irreal (1Jo_3:7,
1Jo_3:14; 1Jo_6:10; 1Jo_15:3; 1Jo_16:7; 1Jo_19:2,
1Jo_19:9, 1Jo_19:11; 1Jo_21:5; 1Jo_22:6). Este
término, usado una sola vez por Lucas (1Jo_16:11), cuatro veces por
Pablo (1Th_1:9; Heb_8:2; Heb_9:24; Heb_10:22), se
halla nueve veces en el Evangelio de Juan (Heb_1:9; Heb_4:23, Heb_4:37;
Heb_6:32; Heb_7:28; Heb_8:16; Heb_15:1; Heb_17:3;
Heb_19:35), cuatro veces en la Primera Epístola (1Jo_2:8, 1Jo_5:20),
y diez veces en el Apocalipsis (1Jo_3:7, 1Jo_3:14; 1Jo_6:10;
1Jo_15:3; 1Jo_16:7; 1Jo_19:2, 1Jo_19:9, 1Jo_19:11;
1Jo_21:5; 1Jo_22:6). (4) El diminutivo griego por
"Corderito" (arnion) ocurre veintinueve veces en el
Apocalipsis, y el único otro lugar donde ocurre es en Joh_21:15. Sólo en
los escritos de Juan se le llama a Cristo directamente "el
Cordero" (Joh_1:29, Joh_1:36). En 1Pe_1:19, se le
llama "como un cordero sin mancha", aludiendo a Isa_53:7.
Asimismo el uso del vocablo "testimonio" (Isa_1:2, Isa_1:9;
Isa_6:9; Isa_11:7, etc.; comp. Joh_1:7-8, Joh_1:15,
Joh_1:19, Joh_1:32; 1Jo_1:2; 1Jo_4:14; 1Jo_5:6-11).
"Guardar la palabra", o "mandamientos" (1Jo_3:8, 1Jo_3:10;
1Jo_12:17, etc., con Joh_8:51, Joh_8:55; Joh_14:15).
La aseveración de la misma cosa positiva y luego negativamente (Joh_2:2,
Joh_2:6, Joh_2:8, Joh_2:13; Joh_3:8, Joh_3:17-18;
con Joh_1:3, Joh_1:6-7, Joh_1:20; 1Jo_2:27-28).
Véase también 1Jo_2:20, 1Jo_2:27 con el 3:18, cuanto a la unción
espiritual. Los solecismos aparentes de estilo son atribuíbles a aquella
elevación Inspirada que está por encima de las meras reglas gramaticales, y
están destinados a captar la atención del lector por la peculiaridad de la
frase, de manera que se detenga y escudriñe alguna verdad profunda que pueda
haber. El fervor del escritor inspirado que trata un asunto que trasciende a
todo otro, lo eleva por encima de toda adherencia servil a las reglas
ordinarias, de modo que a veces pasa de una construcción gramatical a otra,
conforme va exponiendo gráficamente la cosa descrita ante los ojos del lector.
Esto no se debe a la ignorancia de la gramática, porque Juan "ha desplegado
un conocimiento de reglas gramaticales en otras construcciones mucho más
difíciles". [Winer.] Se da más atención a la conexión del pensamiento
que a la conexión meramente gramatical. Debe tomarse en cuenta otra
consideración, y es que por cuanto las dos quintas partes del todo es lenguaje
de otros, él amolda su estilo conformemente. Véase Tregelles: Introduction
to Revelation from Heathen Authorities.
Tregelles bien
dice (Evidencia Histórica Neotestamentaria), "No hay libro del
Nuevo Testamento del que tengamos testimonios tan claros, amplios, y numerosos
como los que tenemos a favor del Apocalipsis. Cuanto más intimamente se
relacionaban los testigos a Juan (como en el caso de Ireneo), tanto más
explícito es su testimonio. Que prevaleciesen dudas en épocas posteriores deben
haberse originado o en la ignorancia del testimonio primitivo, o si no, en
alguna supuesta intuición de lo que el apóstol debiera haber escrito.
Las objeciones basadas en el estilo interno no pueden tener peso en
contra de la evidencia efectiva. Es en vano que se arguya, a priori, que Juan no pudo haber escrito
este libro, cuando tenemos la evidencia de varios testigos competentes de que
él lo escribió.
LA RELACION DEL
APOCALIPSIS AL RESTO DEL CANON.—Gregorio Niceno, Tomo 3, página 601, llama
Revelación "el último libro de la gracia". Completa el volumen de la
inspiración, de modo que no hemos de esperar ninguna revelación más hasta que
venga Crísto mismo. Apropiadamente el último libro para cerrar el canon fué
escrito por Juan, el último apóstol sobreviviente. El Nuevo Testamento se
compone de los libros históricos, los Evangelios y los Hechos; las Epístolas
doctrinarias; y un libro profético, el Apocalipsis. El mismo apóstol escribió
el último de los Evangelios, y probablemente la última de las Epístolas, y el
único libro profético del Nuevo Testamento. Todos los libros del Nuevo
Testamento habían sido escritos y eran leídos en las asambleas de las iglesias,
unos años antes de la muerte de Juan. Su vida fué prolongada providencialmente
a fin de que diese la final atestación a la Escritura. Cerca del año cien, los
obispos de Asia (los ángeles de las siete iglesias) vinieron a Juan en Efeso,
trayendo ejemplares de los tres Evangelios, de Mateo, Marcos, y Lucas, y
desearon de él una declaración de su criterio apostólico acerca de los mismos;
por lo que los pronunció auténticos, genuinos, e inspirados, y al pedido de
ellos agregó su propio Evangelio para completar el aspecto cuádruplo del Evangelio
de Cristo (véase el Canon de Muratori; Ensebio 3. 24; Jerónimo, Proaemium in
Matthaeum; Victorino, Apocalipsis; Theodoret, Mopsuestia). Un
clérigo griego, citado en Aliatio, llama el Apocalipsis "el sello de toda
la Biblia". El canon estaría incompleto sin el Apocalipsis. La Escritura
es un todo completo, sus libros componentes escritos durante un período de más
de 1.500 años, estando mutuamente relacionados. La unidad de propósito y de
espíritu atraviesa el todo, de tal modo que el fin es la necesaria consecuencia
del centro, y el centro del principio. El Génesis presenta ante nosotros al
hombre y a la novia en la inocencia y bienaventuranza, seguido por la caída del
hombre debido a la sutileza de Satanás, y la consiguiente miseria del hombre, su
exclusión del Paraíso y del árbol de la vida y de los ríos deleitosos. La
Revelación presenta en orden inverso al hombre, antes expuesto al pecado y a la
muerte, pero después hecho vencedor por la sangre del Cordero; el primer Adán y
Eva, representados por el segundo Adán, Cristo y la Iglesia, su esposa
inmaculada, en el Paraíso con libre acceso al árbol de la vida y al agua
cristalina de la vida que surge del trono de Dios. Como el Génesis predijo el
aplastamiento de la cabeza de la serpiente por la simiente de la mujer, así el
Apocalipsis declara el cumplimiento final de dicha predicción (caps. 19, 20).
LUGAR Y
FECHA.—Las más reconocidas autoridades declaran que Juan fue desterrado bajo
Domiciano (Ireneo, 5. 30; Clemente de Alejandría; Eusebio, Historia Eclesiástica
3. 20). Victorino dijo que tuvo que trabajar en las minas de Patmos. A la
muerte de Domiciano, año 95, volvió a Efeso bajo el emperador Nerva. Es
probable que fuese inmediatamente después de su retorno cuando escribiese, bajo
la inspiración divina, el relato de las visiones que le fueron concedidas en
Patmos (1:2, 9). Sin embargo, el 10:4 parece indicar que escribió las visiones
inmediatamente después de haberlas visto. Patmos es una de las Espórades. Su
circunferencia es de como cincuenta kilómetros. "Era propio que cuando se
le impedía ir más allá de límites terrenales, se le permitiese penetrar en los
secretos del cielo". [Beda, Apocalipsis.] Los siguientes argumentos
favorecen una fecha anterior, es decir, bajo Nerón: (1) Eusebio (en Demostraciones
Evangélicas) junta en la misma proposición el destierro de Juan con el
apedreo de Jacobo y el degüello de Pablo, ocurridos bajo Nerón. (2) El relato
de Clemente de Alejandría del ladrón restaurado por Juan, después que hubo
corrido tras de él y alcanzándolo con dificultad, concuerda mejor con el Juan
de edad más joven que la que tenía bajo Domiciano, de cerca ya de 100 años,
Aretas, en el siglo seis, aplica el sexto sello a la destrucción de Jerusalén
por Nerón el César. Laodicea fué destruída por terremoto en el año 60, pero fué
inmediatamente reedificada, de modo que el ser ella "rica y aumentada en
bienes" no es incompatible con el que el libro fuese escrito durante la
persecución neroniana (año 64). Pero las posibles alusiones a ella en Hebreos
hacen posible una fecha anterior a la destrucción de Laodicea, a saber: Heb_10:37,
compárese Rev_1:4, Rev_1:8; Rev_4:8; Rev_22:12; Heb_11:10,
comp. el 21:14; Heb_12:22-23, comp. el 14:1; Heb_8:1-2,
comp. el 11:19; 15:5; 21:3; Heb_4:12, comp. el 1:16; 2:12,
16; 19:13, 15; Heb_4:9, comp. cap. 20; 1Pe_1:7, 1Pe_1:13;
1Pe_4:13, comp2Sa_1:1; 1Pe_2:9, con el 5:10; 2Ti_4:8,
con el 2:26, 27; 3:21; 11:18; Eph_6:12. con el 12:7-12; Phi_4:3,
con el 3:5; 13:8; 17:8; 20:12, 15; Col_1:18, con el 1:5; 1Co_15:52,
con el 10:7; 11:15-18. Se dice que Cerinto murió antes que Juan: como él tomó
del libro de Juan mucho material para su seudo apocalipsis, es probable que
aquél fuese de una fecha anterior al reinado de Domiciano. Véase Tilloch, Introducción
al Apocalipsis. Pero la bendición paulina del 1:4 indica que fué escrito
después de la muerte de Pablo bajo Nerón.
LOS
DESTINATARIOS.—La inscripción afirma que fué dirigido a las siete iglesias de
Asia, eso es, el Asia Proconsular. La razón de Juan para elegir el número siete
(pues había más de siete iglesias en la región indicada, por ejemplo, las de
Magnesia y Tralles), fué sin duda porque siete es el número sagrado que
expresa totalidad y universalidad: de modo que está implícito que Juan, por
medio de las siete iglesias, se dirige en el Espíritu, a la Iglesia de todos
los lugares y edades. La iglesia en sus varios estados de vida o de muerte espiritual,
de todas las edades y lugares, está representada por las siete iglesias, y de
consiguiente son dirigidas a ella las palabras de consuelo y de amonestación.
Esmirna y Filadelfia solas son honradas con alabanza pura, como fieles en la
tribulación y ricas en buenas obras. Herejías de género distinto ya se habían
levantado en las iglesias de Asia, y el amor de muchos se había enfriado,
mientras que otros habían progresado a mayor celo, y uno había sellado su
testimonio con su sangre.
EL
OBJETIVO.—Principia con amonestaciones a las siete iglesias de parte del divino
Hijo del hombre, a quien Juan vió en visión, después de una breve introducción
que expone el tema principal del libro, a saber, "para manifestar a sus
siervos las cosas que deben suceder presto" (caps. 1-3). Del capítulo 4 al
fin es mayormente profecía, con exhortaciones y consolaciones prácticas, sin
embargo, diseminadas, semejantes a las enviadas a las siete iglesias
(representativas de la Iglesia universal de toda edad), que así relacionan el
cuerpo del libro con su principio, que forma por tanto su debida introducción.
Existen tres
escuelas de interpretación: (1.) Los preteristas, que sostienen que casi todo
ya se ha cumplido. (2.) Los intérpretes históricos, que sostienen que el libro
comprende la historia de la Iglesia desde el tiempo de Juan hasta el fin del
mundo, siendo los sellos cronológicamente sucedidos por las trompetas, y
éstas por los vasos. (3.) Los futuristas, que consideran que casi todo es aún
futuro, y ha de ser cumplido inmediatamente antes de la segunda venida de
Cristo. La primera teoría no fue aceptada por ninguno de los primeros padres, y
ahora sólo por los racionalistas, que limitan la visión de Juan a las cosas que
estaban dentro de su propio horizonte, las persecuciones de los cristianos por
la Roma pagana, y su anticipada destrucción en consecuencia. La escuela
futurista está abierta a esta grande objecion: su teoría dejaría a la Iglesia
de Cristo sin dirección profética alguna ni fortaleza para sus pruebas ardientes
durante los siglos de su existencia. Pues Dios ha dicho: "Porque no hará
nada el Señor Jehová; sin que revele su secreto a sus siervos los
profetas." Los judíos tuvieron una sucesión de profetas que los guiaron
con la luz de la profecía: lo que los profetas fueron para ellos, eso mismo han
sido, y son, para nosotros las escrituras apocalípticas.
Alford,
siguiendo a Isaac Williams, llama la atención a la relación paralela entre el
Apocalipsis y el discurso de Cristo en el Monte de las Olivas, de Mateo 24. Los
sellos claramente nos llevan hasta la segunda venida de Cristo, como lo hacen
también las trompetas (comp. 6:12-17; 8:1, etc; 11:15), y asimismo
también las copas (16:17): los tres temas corren paralelos, y terminan en el
mismo punto. Ciertas palabras claves ("reclamos", las llama
Wordswodth) unen las tres series de símbolos. Estas no se suceden una a otra en
orden histórico ni cronológico, sino paralelamente, las series posteriores
llenando en detalle el mismo cuadro que las precedentes habían dibujado en
bosquejo. Así Victorino (sobre 7:2), el primer comentador del Apocalipsis,
dice, "El orden de las cosas no ha de tomarse en cuenta, puesto que a
menudo el Espíritu Santo, cuando ha corrido hasta el fin del último tiempo,
otra vez vuelve a los mismos tiempos, y suple lo que ha expresado menos
explícitamente." Y Primasius (Ad Apocalypsin in fine), "En las
trompetas da una descripción mediante una repetición agradable, según es su
costumbre."
Desde el
principio Juan se apresura, por anticipación (como era la tendencia de todos
los profetas), a la gran consumación: "He aquí viene en las nubes"
(1:7); "Yo soy el principio y el fin, el primero y el último"
(8:17). Así las siete epístolas exhiben la misma anticipación de la
terminación: "Al que venciere,… escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y
el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalem, la que desciende del
cielo …" (3:12); comp. 21:2. También, "Le daré la estrella de
la mañana" (2:12); comp. "Yo soy la estrella resplandeciente y
de la mañana" (22:16).
Otra vez, el terremoto
que sucede al abrirse el sexto sello es una de las palabras claves: es
decir, un eslabón que une cronológicamente este sexto sello con la sexta
trompeta (9:13; 11:13): comp. también la séptima copa (16:17, 18). Los
concomitantes de la apertura del sexto sello, está claro, no se aplican en
sentido pleno y amplio a evento alguno, sino a los terrores que tomarán a los
impíos en vísperas de la venida del Juez.
Otra vez, la
bestia del abismo, entre la sexta y séptima trompetas, conecta esta serie
con la sección de caps. 12, 13, 14, tocante a la Iglesia y sus adversarios.
Otra vez, la selladura de los 144.000 bajo el sexto sello une este sello con la
sección de caps. 12-14.
Asimismo, la
soltura de los cuatro vientos por los cuatro ángeles sobre los cuatro ángulos
de la tierra, bajo el sexto sello, corresponde a la soltura de los cuatro
ángeles en el Eufrates, bajo la sexta trompeta.
Además, ocurren
eslabones en el Apocalipsis que lo relacionan con el Antiguo Testamento. Por
ejemplo, "la boca que habla grandezas," conecta la bestia que
habla blasfemias contra Dios, y hace guerra contra los santos, con el
cuerno pequeño, o el último rey, que, surgiendo después de los diez reyes, hablará
contra el Altísimo y lidiará contra los santos; también comp. los
"cuarenta y dos meses" (13:5), o los "mil doscientos sesenta
días" (12:6), con los "tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo"
de Dan_7:25. Además, "los cuarenta y dos meses," (Dan_11:2),
correspondientes a 12:6 y 13:5, unen el período bajo la sexta trompeta a la
sección, caps. 12, 13, 14.
Auberlen
observa, "La historia de la salvación está gobernada misteriosamente por
números santos. Son el andamio del edificio espiritual. No son meramente
indicaciones exteriores de tiempo, sino indicaciones de naturaleza y esencia.
No sólo la naturaleza, sino también la historia, está basada en números. La
Escritura y la antigüedad ponen números por las formas fundamentales de las
cosas, donde nosotros ponemos ideas." Como el número es el regulador de
las relaciones y las proporciones del mundo natural, del mismo modo entra muy a
menudo en las revelaciones del Apocalipsis, el que expone las armonías de lo
sobrenatural, de lo divino inmediato. Así la revelación más sobrenatural nos
lleva lo más lejos en la natural, como era de esperar, puesto que el Dios de la
naturaleza y de la revelación es uno. Siete es el número de la
perfección (1:4; 4:5, los siete espíritus delante del trono: 5:6, los siete
cuernos y los siete ojos del Cordero). Así las siete iglesias representan
la Iglesia católica en su totalidad. Los siete sellos-trompetas-copas,
son particularmente una serie completa cada una en sí, cumpliendo perfectamente
el curso divino de los juicios. Tres y medio denota un número opuesto al
divino (siete), pero roto en sí, el cual, en el memento del mayor
triunfo, queda derrotado por el juicio y la ruina absoluta. Cuatro es el
número de la extensión mundial; siete es el número de la revelación de
Dios en el mundo. En las cuatro bestias de Daniel hay un reconocimiento
de algún poder sobre ellos, al mismo tiempo que hay una pantomima de los cuatro
querubines de Ezequiel, los símbolos celestiales de toda la creación en su
debida sujeción a Dios (4:6-8). Así los cuatro ángulos de la tierra, los cuatro
vientos, los cuatro ángeles desatados en el Eufrates, y Jerusalén que está puesta
en cuadro, representan la extensión mundial. El séptuplo de
espíritus de parte de Dios corresponde a los cuatro querubines de parte
de la creación. Juan, viendo más profundamente el carácter esencialmente
antidivino del mundo, nos presenta, no las cuatro bestias de Daniel, sino las siete
cabezas de la bestia, por lo que se arroga la bestia la perfección séptupla de los
espíritus de Dios; al mismo tiempo que, con característica contradicción de
sí misma, tiene diez cuernos, el número peculiar al poder mundial. Su
usurpación injusta del número sagrado siete está señalada por la adición
de una octava al número de siete cabezas, y también por el número de la
bestia misma, 666, el cual en unidades, décimas y centésimas, se acerca, pero
carece de la perfección del siete. Los juicios sobre el mundo son
completos en seis. Después del sexto sello y la séptima trompeta, hay
una pausa. Cuando llega el siete, sobreviene "el reino de nuestro
Señor y de su Cristo." Seis es el número del mundo entregado a juicio.
Además, seis es la mitad de doce, como tres y medio es la
mitad de siete. Doce es el número de la Iglesia: comp. las doce
tribus de Israel, las doce estrellas en la cabeza de la mujer (12:1), y doce
las puertas de la nueva Jerusalén. Seis así simboliza el mundo quebrado,
y sin fundamento sólido. Dos veces doce es el número de los ancianos
celestiales; doce veces doce mil el número de los elegidos sellados; el árbol
de la vida lleva doce géneros de frutos. Sin duda, además de esta fuerza
simbólica, hay algún significado cronológico especial en los números; pero
hasta ahora, aunque son tema de investigación encomendada, no han
recibido solución alguna que podamos aceptar con seguridad como la
verdadera. Su propósito es de estimular reverente investigación, no para
agradar la ociosa curiosidad especulativa; y cuando los eventos hayan tenido
lugar, demostrarán la divina sabiduría de Dios, quien ordenó todas las cosas en
relaciones minuciosamente armoniosas, y no dejó para la casualidad ni los
tiempos ni los medios.
Los argumentos
para la teoría de año por día son los siguientes: Dan_9:24,
"Setenta semanas están determinadas …" donde el hebreo puede
significar setenta sietes; pero Mede observa, la palabra hebrea
siempre significa siete de días, y nunca siete de años (Lev_12:5;
Deu_16:9-10, Deu_16:16). Otra vez, el número de años de
peregrinación de los israelitas resulta corresponder al número de días en que
los espías escudriñaron la tierra; a saber cuarenta: comp. "cada
día por un año," Num_14:33-34. Así en Eze_4:5-6, "Yo te
he dado los años de tu maldad por número de los días (390) … día por año
…" Juan en Apocalipsis mismo, usa días en un sentido que apenas
puede ser literal. 2:10, "Tendréis tribulación por diez días:"
los diez años de persecución relatados por Eusebio parecen
corresponderles. En dicha teoría hay aún bastante obscuridad para ejercitar la
paciencia y probar la fe, porque no podemos decir con precisión cuándo
empiezan los 1260 años: de modo que esta teoría es bastante compatible con
las palabras de Cristo, "De aquel día y hora nadie sabe …" Con todo,
una dificultad que hay con esta teoría es que "mil años" (20:6, 7)
apenas puede significar 1.000 por 360 días, o sea 360.000 años. La primera resurrección
allí debe ser literal, así como 20:5 debe ser entendido como literal, "el resto
de los muertos no tornaron a vivir hasta que sean cumplidos los mil
años." Interpretar lo primero espiritualmente nos obligaría a interpretar
espiritualmente esto último, lo que sería lo más improbable; porque
significaría que los otros espiritualmente muertos no tornaron a vivir
espiritualmente hasta el fin de los mil años, y entonces sí llegaron a vivir
espiritualmente. 1Co_15:23, "Los que son de Cristo en su venida,"
confirma la interpretación literal.
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